Off Topic RPM2: Pulsaciones por minuto

Tema en 'Foro General BMW' iniciado por Basse Corniche, 12 Nov 2018.

  1. Basse Corniche

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    Buenas tardes a todos.

    Con el permiso que me ha ofrecido el equipo de moderación, iré narrando la segunda parte de la trilogía que formará la saga de novelas RPM. Actualmente el primer libro (revoluciones por minuto) ya está publicado, pero el segundo está en proceso, y creo que un foro como este es el lugar indicado para su publicación.

    Sin más, espero que disfruteis leyendo tanto como yo narrando.

    RPM2: Pulsaciones por minuto
    1-Dame libertad
    2-Mélissa y solo Mélissa
    3-El Comisario
    4- Visita inesperada
    5- Reinicio
    6- Oferta de trabajo
    7- Plástico derretido
    8- Lázaro
    9- Sábanas frías



    1- Dame libertad


    Los primeros compases de diciembre llegaron al principado de Mónaco. El frío Sol, que tímido despuntaba en el horizonte, me descubría una jornada más el museo oceanográfico. El enorme edificio parecía emerger de entre las rocas del acantilado sobre el que descansaba, a ochenta y cinco metros por encima del nivel del mar. Altivo, desafiaba el paso del tiempo y resistía impasible el embiste de las olas, como si las piedras que lo conformaban se hubieran impregnado de la perseverancia que Jacques Cousteau demostraba ante las adversidades a bordo de su fiel barco Calypso.

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    Pero mi carácter no era el de aquel aguerrido explorador marino. Mi mente empezaba a mostrar signos de flaqueza después de permanecer encerrado siete días en aquella celda, aislado de cualquier contacto con el mundo exterior, excepto el que podía divisar a través de los barrotes de la diminuta ventana. El desconocimiento acerca del estado de salud de Mélissa, era un monstruo insaciable que se alimentaba de mi llanto durante las maratonianas jornadas en el interior de aquel reducido cubículo. Hundido en un rincón, me consumía sin poder evitarlo.

    De pronto, la creciente cercanía de unos pasos hacia mi posición consiguió distraerme. Y el silencio que siguió al detenerse delante de mi puerta, logró captar toda mi atención. Transcurrieron dos eternos segundos hasta que el coqueteo de unas llaves en la cerradura dio lugar a la apertura de la puerta, por la que entraron dos guardias uniformados con idéntica vestimenta y fuertemente armados. El primero se detuvo en la entrada, y el segundo se acercó hasta el fondo de la misma, donde yo, sentado en el suelo, observaba la escena con atención.

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    —Buenos días señor Graton —Alcé la cabeza y miré a los ojos del hombre que se dirigía a mí—. Su fianza ha sido abonada. Cámbiese de ropa y acompáñenos.

    —Es…está bien —contesté con voz titubeante.

    —Puede guardar sus pertenencias en esta bolsa de plástico —Me extendió la misma y sentenció—, le esperamos fuera.

    Desconcertado debido a la inesperada noticia recibida, recogí las pocas piezas de ropa que tenía repartidas entre la estantería metálica y la cama, y las guardé en el interior de aquella bolsa transparente. Me dirigí a la mesita de noche y vestí mi muñeca izquierda con mi Tag Heuer Carrera, que indicaba que mi libertad llegaba cerca de las ocho y veinte. Con lo poco que tenía en mi poder, abrí la puerta y salí al pasillo, pero el otro guardia detuvo mi paso con su presencia, a la vez que sujetaba unas esposas abiertas en sus manos.

    —Es simple protocolo —Me aclaró mientras yo dejaba que el helado metal rozara de nuevo la piel de mis muñecas.
    Maniatado, caminé por el longevo pasillo escoltado por los dos agentes, y acompañado durante todo el trayecto por las miradas desafiantes que el resto de presos me lanzaba desde sus obligadas estancias. Eran dardos envenenados que se clavaban en mi nuca. Transcurridos un par de minutos llegamos a una puerta de seguridad, que se abrió a petición de mis acompañantes. La cruzamos y avanzamos hasta una pequeña sala donde había un par de sillas y un mostrador vallado. Detrás de este se divisaba una estancia donde otros guardias monitorizaban en varias pantallas las diferentes cámaras de la prisión, acompañados por una vieja radio que se esforzaba en reproducir Such a same de Talk Talk.



    —Faustin, ¿tienes el documento preparado? —Le preguntó el guardia a su compañero situado al otro lado del mostrador, mientras el segundo me liberaba de las esposas.

    —Si, aquí está —Y me facilitó un pequeño formulario por el minúsculo hueco que quedaba, acompañado de un bolígrafo—. Firme en la esquina inferior derecha.

    Sin reparar en ninguno de los párrafos que conformaban aquel documento, plasmé un rápido garabato donde me habían indicado. Al fin, una última puerta se abrió, y dejó al descubierto una sala de espera, donde un impaciente Philippe aguardaba mi presencia.

    —¡Michel! —Se lanzó a abrazarme mientras intentaba mantener las lágrimas, pero en mi desesperación detuve su emotivo gesto.

    —¿Cómo esta Mélissa, Phil? ¡Necesito verla!

    —Cálmate Michel, está bien —Noté como me fallaban las piernas.

    —¡Necesito verla! ¡Necesito ver…! —Philippe me cogió para evitar mi caída, mientras me ahogaba en el llanto más desconsolado.
     
    Última edición: 24 Oct 2023
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  2. Basse Corniche

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    2- Mélissa y solo Mélissa


    Abrazado a mi amigo Philippe, atravesé una puerta que minutos antes parecía imposible alcanzar. La libertad, que cada vez se volvía más distorsionada por su lejanía, se volvía nítida y real. La luz del nuevo día otorgaba a mi mente la claridad necesaria para pensar en todo lo acontecido antes de entrar en prisión.

    —¿Has venido con el 911? —Le pregunté al ver el coche de Mélissa aparcado cerca de la entrada.

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    —¿Con que querías que viniera? ¿Con el Alpine?

    —¿Jacqueline?

    —No quería torturarte más después de tu semana en prisión —No pudo aguantarse la risa.

    —Muy gracioso, Phil. ¿Y el Nissan?

    —Está en el depósito. ¿Quieres que vayamos a buscarlo?

    —¿Bromeas? Primero quiero ver a Mélissa. ¿Dónde está?

    —Sigue en el hospital —Philippe se interpuso delante de mí y detuvo mi rápido andar al apoyar sus manos sobre mis hombros—. Michel, cálmate y mírame a los ojos. Mélissa está bien, de verdad, pero aún está convaleciente tras el accidente, y lo último que necesita es verte a ti nervioso.

    —¡Llevo una maldita semana encerrado en una celda sin saber nada de ella ni de nadie! ¡No sé qué ha pasado con los coches, ni con Nasser, ni que pasará conmigo!

    —Nasser está muerto —La inesperada respuesta de Philippe logró enmudecerme.

    —¿Es… está muerto?

    —Así es. Lo sacaron con vida del Alfa Romeo, pero no llegó al hospital. Falleció en la ambulancia. El lado del conductor se llevó la peor parte, Y súmale la sangre que había perdido a causa del disparo en su mano, y las quemaduras sufridas tras el incendio del treinta y tres.

    —Bueno, no me entristece —Aunque sí que me dejó pensativo. —¿Llegaste a ver el cuerpo?

    —No.

    —¿Y cómo sabes lo del disparo?

    —Me informaron los viejos camaradas del DGSE que siguen dentro. Entre compañeros todo se sabe.

    —Ya me imagino…

    —Michel. Entiendo a la perfección como te sientes en estos momentos. No quiero ni pensar como estaría yo en tu situación —Le arrebaté las llaves de la mano—. ¿De verdad que quieres conducir?

    —Lo necesito.

    Abrí la puerta del descapotable germano y el perfume de Mélissa, impregnado en la tapicería de piel, invadió mi olfato y consiguió transportar mi mente a su lado durante unos breves segundos. Me acomodé en el asiento del conductor, introduje la llave en el lado izquierdo del volante y el motor bóxer arrancó de nuevo sin rechistar, mientras el equipo de música liberaba With every Heartbeat de Robyn with Kleerup. Como rezaba la letra, me dolía cada latido con su ausencia.



    Salimos del principado en busca de la autopista, pues pese a ser sábado y poder disfrutar con total seguridad de una Basse Corniche despejada de tráfico, mi necesidad imperiosa de llegar al hospital hizo que me decantara por circular a velocidades poco legales por la vía de pago. Y por los gestos de Philippe entendí que iba muy rápido.

    —Michel —Philippe bajó el volumen de la radio, —¿cómo acabaste en la antigua mansión de Nasser?

    —Me enviaron un mensaje —Reduje la velocidad para prestar atención a mi amigo.

    —¿Un mensaje?

    —Si. Al salir del camión…

    —Al saltar del camión dirás. Porque la maniobra fue espectacular —La sonrisa se dibujaba en el rostro de Philippe al recordar mi hazaña—. Yo creo que ningún gendarme se esperaba que saliese del camión un coche disparado marcha atrás.

    —Como te decía, al saltar del camión, puse rumbo al garaje de Levens. Llamé a Hasan para avisarle, pero me colgó y me envió la ubicación de la mansión por mensaje. Jamás había estado allí, y creo que Mélissa tampoco conocía el lugar.

    —Fue la primera mansión que Nasser compró cuando llegó a la Costa Azul, pero hacía años que estaba deshabitada.

    —Desde luego. La casa estaba abandonada por completo.

    —¿Y qué pasó?

    —Fue una emboscada. Nasser nos quería matar. A mi seguro. Sus hombres salieron de la casa y nos encañonaron con las armas. Hasan me acercó un maletín, lo abrió y resultó estar vacío, pero consiguió distraer mi atención. Y en ese momento Nasser aprovechó para clavarle una inyección a Mélissa en el cuello.

    —Un relajante muscular mezclado con un anestésico en una dosis muy elevada. El médico no se creía que Mélissa no tenga ninguna secuela tras ver los resultados de las pruebas.

    —Maldito sádico hijo de p*ta.

    —Michel, ella está bien y Nasser muerto, así que no te castigues más —Philippe intentaba reconfortarme al ver la rabia brotar en mi rostro.

    —Tienes razón.

    —Bien, y entonces le disparaste a Nasser.

    —Yo no disparé a Nasser.

    —¿Co… cómo? —La expresión de mi amigo denotaba que no entendía nada—. Me dijeron que le habían disparado en la mano. Y di por hecho que habías sido tú.

    —Un francotirador.

    —¿Qué quieres decir, Michel?

    —Nasser me apuntó con su arma y antes de que pudiera apretar el gatillo, su pistola y su mano salieron por los aires. No se escuchó ni el disparo. Al momento otra bala alcanzó a uno de sus hombres. Yo me refugié detrás del Nissan y Nasser se arrastró hasta el Alfa Romeo, para huir a toda velocidad.

    —Increíble.

    —Más increíble me resulta a mí tu sorpresa.

    —No te entiendo, Michel.

    —Pensaba que los disparos los realizaba el DGSE, pero después de ver tu cara, me queda claro que no fue así.

    —Al DGSE le pilló por sorpresa el cambio de ubicación. Había hombres vigilando su actual villa y su barco, pero nadie contempló que Nasser pudiera usar su antigua mansión, porque como te digo lleva años abandonada, quizás más de quince.

    —Pues ya ves que a alguien si se le ocurrió.

    —Desde luego —Philippe se quedó pensativo. —Intentaré informarme de lo sucedido.

    Completamos en apenas veinte minutos la distancia que nos separaba del hospital. Al llegar, nos introdujimos en el aparcamiento subterráneo y dejé que Philippe, que tenía el rostro algo pálido, abandonara el coche antes de estacionarlo. Una vez situado, me bajé del Porsche y lo alarmé.

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    —Sígueme, Michel —Ahora era Philippe el que andaba a paso ligero.

    Ingresamos en el interior del edificio y nos dirigimos directos a los ascensores. Mi amigo pulsó el botón de llamada y en cuestión de segundos las puertas del que había situado más a la izquierda se abrieron. Esperamos a que fuera desalojado por un enfermero que arrastraba una camilla con un paciente de avanzada edad acomodado en ella, y entramos. Esta vez pulsó el botón que correspondía a la quinta planta, y el ascensor empezó su recorrido.

    Después de una eterna ascensión, se detuvo en la altura solicitada. Sin que acabaran de abrirse las puertas en su totalidad, abandonamos el interior y salimos al pasillo.

    —Es la número quinientos cuatro —Me comentó Philippe mientras avanzábamos casi al trote.

    —¿La que está custodiada por dos gendarmes?

    —Exacto.

    —¿Esa vigilancia es normal?

    —Una de las mejores agentes del DGSE casi muere en un accidente de tráfico al ir en el mismo coche que un miembro de la familia real Catarí, el cual la había drogado y secuestrado. ¿Te parece suficiente motivo? —Asentí con la cabeza ante el conciso resumen que acababa de escuchar.

    Llegamos a la puerta indicada y nos detuvimos delante de los gendarmes, que se apartaron tras saludarnos.

    —¿Estás preparado? —Philippe se giró, fijó su mirada en mí y me abrazó con fuerza antes de tocar con delicadeza la puerta, para abrirla y cederme el paso.

    Toda la ansiedad creada durante mis días de cautiverio había desaparecido por completo. Pese a que Philippe me había insistido en que Mélissa se encontraba bien, el miedo al no saber en qué estado real la vería, me paralizó por completo. Pero al momento me armé de valor y accedí a la habitación para comprobar cómo se encontraba mi amada.

    —¿Mi… Michel?

    Mélissa, que se había despertado con la llamada a la puerta de Philippe, rompió a llorar. Las lágrimas que brotaban de sus ojos disimulaban las múltiples magulladuras y contusiones que intentaban estropear su preciosa tez. Me abalancé sobre ella en mi afán de abrazarla con efusividad, pero con la mano izquierda frenó mi ímpetu. Al detenerme, me percaté que tenía el brazo derecho vendado y sujeto por una armilla. Contuve mi emoción y la rodeé como pude mientras besaba su frente.

    —Como te he echado de menos, Mélissa —Y los dos rompimos a llorar a la vez que nos regalábamos innumerables besos.

    —¿Cómo te han tratado en prisión?

    —Bien. Pero eso ahora no importa. ¿Cómo estás tú? ¿Qué te ha dicho el médico?

    —Como has visto tengo el brazo en un cabestrillo, porque del golpe se me dislocó el hombro. Además me rompí la meseta tibial de la pierna derecha al golpeármela con la parte inferior del salpicadero, que ya pertenecía al chasis.
    —¿Te han operado? —Le pregunte al verle la pierna vendada por completo.

    —Si, hace cuatro días. Me han puesto un clavo en el hueso, ya que se me ha astillado y tiene que rehacerse. Como no puedo coger la muleta, tendré una nueva compañera durante unos meses —Me señal con la mirada la silla de ruedas que había al lado de la pared.

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    —j*der… Bueno, no te preocupes. Yo estoy aquí para ayudarte en todo.

    —Eso no ha sido lo peor de todo…

    —¿Que más hay? —Me di cuenta de que Mélissa no era capaz de gesticular una palabra sin que se formase un nudo en su garganta—. Mi vida, ¿que más ha pasado? Me estás asus...

    Y de pronto enmudecí yo también, al comprender que el verdadero dolor que atormentaba a Mélissa era la pérdida del bebé que gestaba en su interior.

    —¡Lo siento mucho, Michel! ¡Lo siento mucho! —Se tapó la cara con su brazo izquierdo mientras se ahogaba en su desesperación.

    —Eh... eh… calma… tranquila… no es tu culpa, amor mío... no es tu culpa —Le aparté el brazo, y empecé a acariciar su mejilla mientras con la otra mano palpaba la mesita que había al lado de la cama en busca de un pañuelo.

    —Ya está, ya se me pasa, de verdad —El llanto disminuyó en intensidad hasta convertirse en un ligero sollozo. —Ya me había hecho a la idea, pero al verte a ti... —Y de nuevo rompió a llorar.

    —Mél, ya ha pasado —Esta vez, Philippe, que acababa de entrar en la habitación, era el que la reconfortaba, apoyando su mano en su pierna izquierda, y agitándola en un suave vaivén.

    —Si... si, ya está, ya...

    —Está noche vendré a dormir contigo, ¿de acuerdo?

    —No Michel, que estarás cansado de la cama de la prisión. Ves a casa y duerme en condiciones.

    —Ni lo sueñes. No pienso estar otra noche sin ti. —Aprisioné fuerte su mano izquierda entre las mías.

    —¿Quieres ir a buscar el coche al depósito, Michel?

    —Si. Buena idea, Phil. Vamos a desayunar y después vamos a buscar el Z. Luego iré a casa, me asearé, prepararé mis cosas y vendré a pasar la noche contigo, ¿te parece bien? —Le dije a Mélissa, que asintió con la cabeza—. ¿Quieres que te traiga algo de desayunar?

    —No, gracias. La enfermera tiene que llegar en cualquier momento.

    —¿Y algo de casa?

    —Déjame que piensey te escribo después.

    —De acuerdo. Pues Phil y yo nos vamos —Me agaché para enredar mis dedos entre sus cabellos—. Llámame para lo que necesites, ¿entendido?

    —Sí, mi vida.

    —Eres un amor — Y le di un beso de despedida—. Luego te veo.

    —¡Hasta luego!

    —Bueno, Mél. Ahora que está Michel aquí, me quedo más tranquilo. Aun así, sabes que puedes llamarme para lo que quieras.

    —Lo sé, Tío Phil. Muchas gracias por todo lo que has hecho.

    —No se merecen, preciosa —Y Philippe le dio un beso en la mejilla—. Mañana vendré a verte. Descansa.

    Salimos de la habitación en el momento que entraba la enfermera con el desayuno.

    —¿Estás bien? —Me preguntó Philippe tras cerrar la puerta.

    —¿Tú lo sabías?

    —Si. Pero no era a mí a quien le correspondía contártelo —Una presión en el pecho me imposibilitó el habla—. Michel, lo siento mucho de verdad. Se lo ilusionado que estabas con la idea de ser padre.

    —Ya... ya está —Tragué un poco de saliva—.Vamos a desayunar.

    —¿Quieres ir a algún sitio en concreto?

    —No, pero fuera de aquí. No me traen buenos recuerdos los hospitales.

    Deshicimos el camino y regresamos al parquin del hospital. Me acerqué a la máquina de pago, introduje el ticket para abonar la estancia, recogí el cambio, lo guardé en el bolsillo y nos dirigimos hacia la plaza donde descansaba el Porsche. Subimos en él y, al ponerlo en marcha, en la radio empezó a sonar como de si de una diabólica coincidencia se tratase, Tears in Heaven de Eric Clapton.

     
    Última edición: 18 Ene 2021
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    3- El comisario


    Abandonamos el recinto hospitalario y avanzamos por la Avenue du Maréchal Lyautey, dibujada a capricho por la sinuosa orografía del Río Paillon que fluía a su lado, y que nos sirvió para llegar en diez minutos a la Place Masséna.

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    Accedimos con el Porsche al primer aparcamiento subterráneo que encontramos, y, después de estacionar en una plaza que resguardara al nueveonce de indeseables portazos ajenos, salimos a la calle, que lucía diferente gracias a los adornos navideños que empezaban a vestir las fachadas y columnas de la plaza, preparadas para recibir las fiestas en escasas tres semanas.

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    —¿Dónde nos sentamos, Michel?

    —No lo sé, Phil. Tú te conocerás mejor que yo la ciudad.

    —¿Yo? ¡Hacía muchos años que no venía a esta plaza!

    —Mira, hay una mesa libre debajo de las columnas.

    —Si, mejor resguardados —Y dirigió su mirada hacia el cielo Nizardo, que poco a poco se nublaba.

    Nos sentamos y al instante un atento camarero se acercó para tomarnos nota.

    —¿Que van a tomar?

    —Yo un café con leche, ¿y tú Michel?

    —Póngame una copa de Ron —afirmé ante las caras de estupefacción de Philippe y del camarero, que se retiró con gesto extrañado.

    —El Ron no va a cambiar nada de lo sucedido, Michel.

    —El café tampoco —Saqué un cigarro del paquete, y lo dejé en la mesa.

    —Michel, debes calmarte. Así no solucionarás nada.

    —¿Acaso tiene arreglo esta situación? Séb está muerto, como el bebé que esperábamos, y Mélissa ingresada en el hospital con la pierna operada.

    —Pero está viva.

    —Ya veremos si no le deja secuelas importantes —Le administré una larga calada al cigarro antes de seguir la conversación—. ¿Quién crees que le disparó a Nasser?

    —Buena pregunta. La verdad es que no se me ocurre. Pero tampoco le des más vueltas. No es algo que deba preocuparte porque está claro que tú no fuiste, así que ya se encargará la policía de encontrar al culpable.

    —¿En serio no te interesa saber quien realizó aquel disparo tan certero?

    —¿Crees que fue certero? —Bebí un trago de la pequeña copa que me acababan de servir.

    —¿Lo dudas? ¡Le voló la mano! Y el disparo no venía de cerca precisamente.

    —Quizás apuntaba a la cabeza —la respuesta de Philippe me dejó pensativo.

    —¿Sabes? Tienes razón. No importa si el disparo iba dirigido a la cabeza. Nasser está muerto igual —Saqué otro cigarro—. Por cierto, me tienes que decir cuánto has pagado de fianza, para poder devolvértelo —La expresión de culpabilidad que se dibujó en su cara y el hecho de que no pudiera disimularla, lo delató—. ¿Phil?

    —Yo no he pagado la fianza.

    —¿Y quien la ha pagado?

    —Nadie.

    —¿Cómo que nadie? Mira Phil, te prometo que hoy es el día menos indicado para cualquier gilipollez. ¡Los guardias dijeron que habían abonado mi fianza!

    —Y así es, por lo menos de forma oficial —Un hombre alto, con una barba blanquecina y bien rasurada y unos ojos cubiertos por unas ochenteras Persol Ratti, contestó antes de sentarse a nuestro lado—. Buenos días caballeros.

    —¿Qué está pasando aquí? —Hice el ademán de levantarme, pero la mirada que Philippe me lanzó volvió a sentarme en mi lugar.

    —Michel, te presento al comisario Besson.

    —Es un placer ponerte al fin cara, Michel —extendió su mano para estrecharla con la mía.

    —Me encantaría responderle de igual manera, pero yo no tengo el gusto de saber quién es usted.

    —Tienes razón. No jugamos en igualdad de condiciones —Retiró su mano tras no obtener el saludo deseado y se la llevó a sus gafas de sol, que levantó por encima de su frente y posó en su cabello cano, para dejar al descubierto unos diminutos ojos oscuros—. Soy el comisario François Besson, director del DGSE, o si lo prefieres, el jefe de Mélissa —Sus palabras provocaron una gran sorpresa en mí que apenas pude disimular—. Espero que ya te suponga un placer el conocerme.

    —No creo que nada pueda producirme hoy un mínimo de gusto —Propiné una nueva calada al cigarro que se consumía en el cenicero—. Pero espero que el motivo de su inesperada visita consista en alguna noticia que me produzca cierta alegría.

    —Tutéame, por favor.

    —Prefiero no hacerlo.

    —Está bien —Abrió su chaqueta, sacó un paquete de Marlboro y se llevó un cigarro a la boca. De otro bolsillo sacó un Zippo plateado con el lema oficial de la república francesa grabado en ambas caras. Lo destapó, corrió la piedra con su pulgar y se encendió el cigarro—. El DGSE necesita de tus servicios, y entre rejas eres poco útil.

    —¿Los servicios de un ladrón?

    —El mejor ladrón de coches que este organismo ha conocido en su historia —Exhaló una bocanada de humo—. Has puesto en jaque a la policía municipal y a la gendarmería. Eres casi una leyenda viva.
    —Y vivo quiero seguir.

    —Pues de ti depende el lugar donde quieres disfrutar el resto de tus días. Y entre rejas no hay mucha libertad.


    —¿Tengo que seguir robando coches?

    —Volver a robar —interrumpió Philippe.

    —Los coches han desaparecido —Añadió el comisario Besson ante mi cara de sorpresa—. Cuando llegamos al garaje de Levens, no había nada. Y nada es nada. Recogieron todo con minuciosa meticulosidad, limpiaron hasta la última huella y solo dejaron las paredes. ¡Los técnicos científicos se están volviendo locos buscando algo! —Propinó una nueva calada—. No sabemos dónde están los dioses. Hay varios focos de investigación abiertos, pero no hay nada claro.

    —¿Y porque me necesitan a mí?

    —Porque no eres policía, porque conoces los coches, y porque no hay ningún agente que sea capaz de conducir como tú lo haces.

    —Menuda gilipollez. Aunque no conduzcan como yo, no serán mancos —Me quedé pensativo durante uno segundos—. No pienso hacerlo.

    —Y porque estás acusado de pertenencia a organización criminal, robo de vehículos con tentativa de homicidio, delitos contra la seguridad vial, varios excesos de velocidad, falsificación documental, tenencia ilícita de armas… —La lista de delitos era tan grande como el pavor que me producía tan solo pensar en verme de nuevo privado de mi libertad.

    —Y porque se lo debes a Mélissa —Sentenció Philippe.

    —¿Ella sabe algo de esto?

    —¿Crees que aceptaría? —Negué con el movimiento de mi cabeza—. Como te he dicho esta mañana, no necesita alteraciones innecesarias.

    —Tienes razón.

    —Michel, siento por lo que estás pasando, —El comisario quiso ser condescendiente—, pero ya sabías a lo que te exponías en el momento que aceptaste el encargo de Nasser.

    —Así es. Pero no le quepa la menor duda que volvería a hacerlo. —Airado, me levanté ante la mirada de François y Philippe, que se terminaba su taza de café—. Ha sido un placer conocerle Comisario Besson, pero tengo que ir a buscar mi coche. Phil, ¿me acompañas?

    —Si, por supuesto —Se levantó de la mesa—.Ya nos vemos, François.

    Entré a abonar las dos bebidas y nos dirigimos al aparcamiento. Subimos al Porsche y salimos a la Avenue Verdun acompañados del bronco sonido del seis cilindros plano.

    —¿Dónde está el depósito municipal?

    —En el número 61 de la Route de Grenoble —Le miré con cara de circunstancias al no conocer el lugar—. El depósito que hay cerca del aeropuerto, por encima del Boulevard René Cassin. Habrás pasado por delante cientos de veces.

    —Ya se cual es.

    —Michel —Philippe mencionó mi nombre para romper la incómoda atmósfera generada tras la situación vivida en la plaza.

    —Dime Phil —le contesté sin apartar la mirada de la carretera.

    —Siento que estés molesto. Debería haberte avisado con antelación, pero François me pidió que no lo hiciese.


    —No te preocupes. Entiendo la dificultad que supone manejar una situación así. Y no puedo estar más que agradecido contigo y todo lo que has hecho por nosotros.

    Al llegar detuvimos el Porsche en un lateral y bajamos para dirigirnos a una pequeña garita de seguridad habitada por un policía municipal que impedía el acceso al recinto.

    —Buenos días. Vengo a buscar mi vehículo.

    —Me permite su CNI, por favor —Le extendí el solicitado documento, del cual introdujo los datos en el ordenador —. ¿Es un Nissan 300ZX rojo?

    —Así es.

    —¿Me indica la matrícula?

    —dos, ocho, ocho, tres, equis, b, setenta y ocho.

    —Muy bien. Serán ciento noventa y ocho euros con noventa céntimos —Molesto por la cantidad del obligado parquin, abrí la cartera y le entregué dos billetes de cien euros.

    —Tómese un café a mi salud —y rechacé las dos monedas de cambio, hecho que consiguió generar la desaprobación de aquel funcionario.

    —Tenga, las llaves del vehículo. Ya puede pasar a por él. Lo encontrará al fondo del recinto—. Me devolvió mi carné de identidad y cerró la ventana de la garita de forma abrupta.

    —¿Qué vas a hacer, Phil? —le pregunté mientras guardaba mi cartera en el bolsillo del pantalón.

    —¿Esperarte para volver a casa, no?

    —Te lo agradezco, pero quiero estar solo. Necesito pensar.

    —¿Estás seguro?

    —Si, por favor.

    —Entiendo. Está bien, me voy a casa. Si me necesitas, llámame —Se acercó a la puerta del Porsche.

    —Phil —Al escuchar su nombre detuvo su paso —, de nuevo, gracias por estar siempre ahí —Y nos fundimos en un abrazo.

    —Ya sabes que tanto tu como Mélissa podréis contar siempre conmigo —Se despegó de mí y se subió al coche, para desaparecer junto con el sonido del motor bóxer, que se diluía en la distancia.

    Accedí, al fin, al depósito municipal de Niza. Un vasto solar que albergaba un centenar de coches. Andaba entre ellos a la vez que pensaba el motivo que les recluía allí. El mayor número, los que estaban al principio, tenían una multa puesta en el parabrisas, señal inequívoca de que su dueño había aparcado de forma errónea y despreocupada. Más adelante aparecían coches con aparatosos golpes, que hacían entrar escalofríos al pensar que suerte habían corrido sus ocupantes después de ver el estado de algunos, reducidos a un amasijo de hierros. Y al fondo, un último grupo albergaba coches de alta gama, inmaculados pero cubiertos por una densa capa de suciedad, y a ciencia cierta propiedad de personas de dudosas actividades empresariales. Era dentro de ese grupo, al lado de una puerta de garaje, donde se encontraba el Nissan. Estaba claro que para la policía, formaba parte de la peor calaña de la sociedad.

    [​IMG]

    En comparación con el resto de vehículos, apenas tenía suciedad encima de la carrocería, algo inusual al haber estado en la intemperie. Me acerqué y al tirar de la maneta comprobé que los seguros estaban desbloqueados. Me senté en el asiento del conductor y observé con desazón como la guantera estaba abierta y todos los papeles que había en su interior restaban esparcidos por el asiento del pasajero y el suelo del mismo. Los recogí y los ordené en sus respectivas carpetas, y lo guardé de nuevo todo en su sitio.

    Inserté la llave en el bombín de arranque, giré a la primera posición y el sonido de la bomba de combustible se hizo patente. Un segundo movimiento de muñeca y el uve seis se encendió de nuevo sin emitir ningún tipo de queja. Avancé despacio hacía la salida mientras volvía a regular el asiento a la posición más adecuada a mi fisonomía. Cuando llegué a la barrera, el policía municipal que me había atendido la abrió desde su garita sin tan siquiera dirigirme la mirada.

    Una vez fuera del depósito, me detuve en un lateral y desplacé mi mano por debajo del asiento del pasajero. Palpé la parte inferior del mismo hasta que noté que el arma que me había regalado Séb no había sido descubierta. Con la tranquilidad del hallazgo, bajé ambas ventanas un par de dedos y, sin importarme las primeras gotas que caían, me encendí un cigarro. Engrané primera, subí el volumen del reproductor y Counting stars de Nina me acompañó en mi solitario regreso a Villefranche-sur-Mer.

     
    Última edición: 18 Ene 2021
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  4. Gus

    Gus Tali-bahn Administrador Coordinador

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    Gracias por lo que va de relato. No puedo poner reparos a nadie que propone escuchar Such a Shame para empezar cualquier cosa :rambo:, solo con eso ya me tiene ganado... pero, por si es un error de transcripción: ¿un pasillo puede ser "longevo" ?(incluso metafóricamente se me hace raro, pero si es un recurso deliberado igual es cosa de mi burricie...)
    :goodpost:
     
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  5. Basse Corniche

    Basse Corniche Ladyspeed Miembro del Club

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    Gracias por la opinión. Un pasillo no puede ser longevo, porque este es un adjetivo que define largo tiempo referente a una persona. Pero lo use, como bien dices, en referencia en que al protagonista, Michel, se le estaba haciendo muy largo el transitar hasta llegar al fin del mismo. Aun así, antes de publicar la novela he de corregirla bien.

    Por otra parte, si te gusta Such a Same, no dejes de escuchar la lista de las canciones del primer libro:

    https://www.youtube.com/playlist?list=PLhw-VXKpLx6pVtucN2ha31mSDC1RISsxq

    ¡Gracias por el interés!
     
    Última edición: 13 Nov 2018
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  6. RADASON

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    Podría ser una prosopopeya o personificación Gus, pero en ese caso indicaría que el pasillo es viejo, y no sé si eso es lo que quería señalar el escritor.
     
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  7. antuan

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    Eso no son 85 metros ni de coña. En todo caso el edificio muere a 85 metros de altura, no nace.

    En fin, sobran las críticas, lo leeré más tranquilo esta tarde. Gracias por compartirlo!
     
  8. RADASON

    RADASON dazed and confused Miembro del Club

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    Me ha gustado mucho que le hayas puesto banda sonora!
     
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  9. RADASON

    RADASON dazed and confused Miembro del Club

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  10. Basse Corniche

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    Puede ser que me equivoque, pero intento documentarme bien antes de escribir. En este caso, extraído de Wikipedia:

    “El Museo Oceanográfico fue inaugurado en 1910 por el príncipe reformista de Mónaco, Alberto I. Este monumento arquitectónico tiene una fachada impresionante e imponente encima del mar en el escarpado acantilado a una altura de 85 metros. Se tardó 11 años en construirlo, usando 100,000 toneladas de piedra procedente de La Turbie.”
     
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  11. Basse Corniche

    Basse Corniche Ladyspeed Miembro del Club

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    Para mi es una forma más de transmitir lo que narro. No es lo mismo imaginarse una escena en silencio que acompañarla con un tema sonando de fondo en la cabeza.
     
    Última edición: 13 Nov 2018
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  12. ObiWan

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    Seudónimo foreril?
     
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  13. RADASON

    RADASON dazed and confused Miembro del Club

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    Cierto, yo tengo una banda sonora para todos mis recuerdos.
     
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  14. MigYecla

    MigYecla Citizen of ///M Town Administrador Coordinador

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    Palomitas, y a la espera de la siguiente entrega.
     
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  15. bigwave

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    Lo seguiremos tb por aquí
     
  16. Basse Corniche

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    4- Visita inesperada


    La incesante lluvia le otorgaba a Promenade des Anglais en particular, y a la capital de la Cote d’ Azur en general, una singular belleza. Aquel paseo diseñado y construido para lucir en los días más estivales, conseguía irradiar con luz propia en tan deslucida jornada. El distorsionado reflejo de las luces en el húmedo asfalto rompían la monocromática gama de grises que nacía de un cielo encapotado, tan cerrado y tan raro de ver en aquella ciudad, que parecía un decorado puesto como telón de fondo. La banda sonora corría a cargo del sonido que las olas creaban al colarse con más virulencia de lo habitual entre las piedras que conformaban la playa de Niza, empujadas por un viento que soplaba con ímpetu. Ninguna otra línea de costa podía disfrutar de semejante concierto perenne.

    [​IMG]
    4-1.jpg

    Con el último semáforo del paseo en rojo, arrojé la colilla a la calzada y cerré las ventanas. Sequé con la manga de mi camisa las cuatro gotas de lluvia que se habían posado en el tapizado de la puerta, y una vez que la luz cambió a verde, seguí mi camino hacia Villefranche-sur-Mer.

    Avanzaba por el Boulevard Princesse Grace de Mónaco cuando el cartel que anunciaba la entrada al taller de Fabien me recordó que hacía una semana que no sabía nada de mi amigo, así que viré con rapidez a la izquierda y me adentré en el callejón previo al negocio. Al llegar a la entrada, observé como la persiana izquierda descansaba a unos quince centímetros del suelo, claro indicativo de que había alguien dentro.

    Detuve el Nissan, bajé y me acerqué hasta ella. La golpeé con mis nudillos lo que provocó un sonoro ruido metálico y la consiguiente respuesta.

    —¡Es sábado! ¡Está cerrado! —No contesté a las palabras de Fabien, volví a golpear, y la puerta se elevó a petición del propietario del taller—. ¡Pero bueno! ¿Qué parte no entien… Mi… Michel?

    —No te alegres tanto de verme.

    —No sé si abrazarte o matarte, quizás así acabaría de raíz con una fuente de preocupaciones… anda, ven aquí chaval —Y se lanzó a estrecharme con un abrazo tan efusivo como sincero—. ¿Cómo te encuentras? ¿Te han tratado bien allí dentro?

    —Si... si, no me puedo quejar.

    —Venga, déjame cerrar y entramos en casa a tomar un café. ¿O tienes algo que hacer?

    —Nada.

    Fabien entró al taller de nuevo y colocó las cuatro herramientas que tenía esparcidas encima de la carretilla dentro del banco de trabajo, previa limpieza con un trapo que colgaba del bolsillo derecho de su pantalón. Se metió en el servicio a lavarse las manos y yo me adentré hasta el fondo del local para observar el magnífico trabajo de pintura realizado sobre el Bugatti.

    4-2.jpg
    [​IMG]

    —¿Qué te parece? ¿Te gusta el resultado? —Me preguntó desde la puerta del baño mientras se frotaba las manos con una pasta granulada específica para mecánicos.

    —Espectacular —Me agaché para contemplar el reflejo de la luz en la carrocería—. No tiene ni un agua, y el brillo es homogéneo. Felicidades por el resultado, Fab.

    —No me las des a mí, que eso es obra de Dominique —Se las enjuagó.

    —¿Tu hijo ya pinta así? —Asintió con la cabeza mientras se las secaba con la toalla—. Increíble.

    Fabien se dirigió al cuadro eléctrico, apagó las luces del local, salimos fuera y accionó el mando a distancia que hizo descender la puerta hasta el final de su recorrido. Con el taller condenado nos dirigimos a casa de mi amigo, que estaba justo detrás de su negocio. Al acceder al patio, Set corrió a recibirme con una desmedida alegría, como indicaban sus ladridos y el afanoso movimiento de su cola. Mi amigo abrió la puerta mientras yo acariciaba a su precioso Setter Inglés, y cuando al fin se calmó, entré al interior de la vivienda.

    —Bonita casa, Fab —le comenté al observar la calidad de los acabados —. ¿No está tu mujer?

    —No, ha ido al centro con Dominique, a comprarle ropa —Dejó las llaves en el mueble de la entrada—. ¿Qué te apetece? ¿Café?

    —Si, con leche.

    Fabien se metió en la cocina para preparar las bebidas. Yo me quité la chaqueta y la acomodé en una de las sillas que rodeaban la mesa. La deslicé hacia atrás para sentarme en ella, pero un rincón del salón, donde descansaba un tocadiscos escoltado por una gran variedad de álbumes de gran calidad, llamó mi atención.

    —¿Te gusta? —Fabien dejó un cenicero en la mesa y se acercó hacia mí.

    —Eres todo un melómano. Menuda colección tienes.

    —¿Un poco de Dire Straits? —Extrajo con cautela el vinilo de su funda, lo acomodó en el plato con la misma sutileza que el padre que acuesta a su retoño recién nacido en la cuna, desplazó el brazo con delicadeza hasta que la aguja se posó con suavidad en el mítico Brothers in arms, y los primeros acordes de guitarra, como solo Mark Knopfler sabía acariciarla, inundaron la estancia.



    —Siento mucho que estés molesto conmigo —Saqué un cigarro y dejé la cajetilla en la mesa mientras Fabien servía los café—. Jamás imaginé que la entrega iba a terminar de aquella manera.

    —Ni tú ni nadie se imaginaba nada igual —Apartó una de las sillas hasta disponer del espacio necesario para sentarse—. No estoy molesto contigo. No puedo estarlo porque siempre has sido sincero conmigo. En realidad fui yo el que decidí echarte una mano.

    —No hubiese sido posible sin tu ayuda.

    —Eso es lo que me duele. Que quizás nada de esto hubiese ocurrido si os hubiese convencido de desistir. Tú no habrías pisado la cárcel, ni Mélissa el hospital. Ni Séb el cementerio —Un incómodo y largo silencio se generó en la estancia—. ¿Has podido verla?

    —Ha sido lo primero que he hecho al salir.

    —Siento mucho la pérdida de vuestro... —Fabien no tuvo el valor de pronunciar la última palabra.


    — No te preocupes, Fab, no podemos hacer nada. Quizás en otra ocasión tengamos más suerte —Bebí un sorbo de café—. ¿Tu cómo estás?

    —Bien. He estado entretenido con el trabajo durante toda la semana. Me ha ayudado a no pensar más de lo necesario. Hemos ido casi cada tarde a ver a Mélissa al hospital, para hacerle más llevadera la situación. Y de paso permitir que Phil descansara un poco, porque no la ha dejado sola ningún instante. El pobre ha tenido una semana agotadora.

    —Ya me imagino.

    —No, creo que no te lo imaginas del todo. En el momento que te alejaste a toda velocidad con el Alfa Romeo, me retuvieron en la frontera, ya que querían explicaciones acerca de lo que acababa de ocurrir. Mélissa salió detrás de ti porque ya había entendido la genialidad, o locura, que tenías preparada. Y Phil aprovechó toda la confusión para cambiarse de carril y pasar a suelo galo.

    —¿Y tu hijo? Iba con él en Jacqueline, ¿verdad?

    —Así es, pero lo abandonóunos metros más adelante.

    —¿De veras?

    —Y yo se lo agradezco. Phil no sabía dónde iba, pero supuso que no sería nada bueno. Lo hizo para protegerle.


    —¿Y los gendarmes no se percataron?

    —¡Por Favor! ¿Quién iba a mirar una Renault Master pudiendo ver un treinta y tres Stradale saltar de un camión marcha atrás? —Asentí con la cabeza ante la obviedad de la afirmación—. Cuando Phil llegó a vuestra posición ya había acabado todo. Pero lo que dio inicio fue su calvario.

    —¿Qué quieres decir?

    —Nadie quería decirle nada, porque aquello no era un accidente de circulación al uso, y porque se dieron cuenta de su implicación. Así que cuando llegó al lugar, los gendarmes también se lo llevaron para interrogarle. Y acabamos en comisaria.

    —¿Tú también?

    —Más de tres horas prestando declaración. Por suerte somos perros viejos en esto —En su rostro se esbozó una pequeña sonrisa de satisfacción—. Los gendarmes se desesperaban. ¡Si hasta utilizaron la táctica del policía bueno y el policía malo!

    —Así que ya lo saben todo…

    —Si fuera cierto, tú no estarías aquí. Phil empezó a tirar de galones. Realizó un par de llamadas y al poco nos dejaron en paz. Entonces averiguó a que hospital trasladaron a Mélissa. Mira si tiene contactos que, debido a que habían requisado a Jacqueline y no tenía medio de transporte para ir, lo llevaron en un coche patrulla.

    —¿A ti también te requisaron el camión?

    —Así es. Otra tanda de llamadas los días siguientes para que levantaran el precinto de los tres coches. Lo que no nos perdonaron fue el pupilaje, los muy…

    —Me imagino —Dirigí mi vista a las llaves del Nissan al acordarme.

    —Y luego hizo lo posible para sacarte a ti de allí.

    —Se lo agradezco enormemente. Ha sido muy duro estar una semana aislado del mundo. El primer día reclamaba a gritos un mínimo de información, hasta que comprendí que mis esfuerzos iban a ser estériles y decidí esperar. ¿Qué otra cosa podía hacer? —Administré una última calada—. Pero las horas se hacen eternas.

    —Lo importante Michel, es que ya estás fuera. ¿Y ahora que vas a hacer?

    —No lo sé… —No quise decirle a Fabien nada sobre el comisario, y mucho menos sobre su obligada oferta de trabajo—. La verdad que ahora mismo no tengo ni idea. Quiero ir a casa y pensar en todo.

    —Está bien —Nos levantamos de nuestros respectivos asientos.

    —Gracias por el café, Fab.

    —Gracias a ti por la visita —Me acompañó hasta la puerta—. Y ya sabes que aquí estoy para lo que te haga falta.

    —Lo sé.

    —Y si necesitas ocupar la mente, en el taller trabajo sobra —Sentenció con una sonrisa.

    Subí al Nissan, arranqué, encendí las luces y accioné los limpiaparabrisas, debido a que la lluvia y la oscuridad reinaban en aquella tarde otoñal, y acompañado por He comes the rain again de Eurythmics, emprendí de nuevo el camino a Villefranche.



    Al llegar a la posición de la verja de entrada, detuve el coche y abrí la guantera central que hacía la función de reposabrazos para buscar en su interior el mando a distancia. Presioné el botón que liberaba la puerta y esperé que esta se desplazara, pero fue en balde, pues no se movió un ápice. Volví a insistir con mi índice sobre el botón, esta vez con algo más de fuerza, con infructuoso resultado. Giré el mando dispuesto a remover la pila, pero la tapa que la protegía estaba custodiada por un pequeño tornillo, y yo no disponía en el coche de las herramientas necesarias para tal fin. Detuve el motor y salí del Z dispuesto a desbloquear la apertura manual de la verja. Pero cuando me disponía a desplazarla vislumbré una sombra fugaz a través de la ventana de la cocina.

    [​IMG]
    4-3.jpeg

    Nervioso, me aparté y saqué mi teléfono móvil del bolsillo.

    —Hola Michel, ¿Ocurr…? —No le dejé finalizar.

    —Phil, ¿dónde estás?

    —En casa.

    —¿En tu casa?

    —Claro, ya te he dicho antes que volvía a mi casa. ¿Necesitas algo?

    —Hay alguien dentro de la casa de Villefranche.

    —¡¿Como?! No te muevas, ahora voy hacia allí. ¡Ni se te ocurra entrar Michel! ¿me escuchas?... ¿Mi...?

    Colgué la llamada, me dirigí en sigilo al Nissan y saqué la MAB de debajo del asiento. Comprobé que estaba cargada y regresé de nuevo a la verja. Desatendí la orden de Philippe y empujado por una mezcla de miedo y adrenalina trepé por ella y me adentré en el recinto. Avancé medio agachado hasta la puerta de entrada, y pegué el oído a la misma, para cerciorarme que al otro lado había alguien, tal y como indicaban los ruidos que provenían del interior. Con meticuloso cuidado saqué las llaves de mi bolsillo, y las apreté con fuerza entre la palma de mi mano para minimizar el característico ruido que hacían al chocar entre ellas. Introduje la adecuada en la ranura y giré media vuelta a la izquierda, casi en cámara lenta. Cuando el clic que liberaba la cerradura sonó, empujé con la fuerza que otorgaba la inconsciencia del momento.

    —¡Quieto! — Una figura masculina con el rostro oculto y vestido por completo de negro, se giró de golpe —. ¡No te muevas o disparo!

    Pero su revólver habló por él y expulsó dos balas. La primera impactó en la puerta y me obligó a agacharme. La segunda rozó mi brazo izquierdo, lo que provocó un gran quemazón y un agudo e instantáneo dolor.

    Acto seguido, el inesperado visitante empezó a correr a través del pasillo en dirección al salón, y yo, enfadado por la calurosa bienvenida, seguí tras él.

    En mitad de la carrera se detuvo y se giró para disparar dos balas más, que evité al ponerme a cubierto detrás de la pared. Pero me asomé raudo y esta vez fui yo el que apretó el gatillo, con la suerte de que uno de los disparos impactó en una de sus piernas. Exclamó un gemido de dolor, corrió con una pequeña cojera hacia la terraza y, sin dudar, atravesó la cristalera para caer en la zona de la piscina. Copié sus movimientos y apoyé mi mano en la barandilla para generar impulso en el salto, dispuesto a no dejarlo escapar. Pero de pronto todo voló por los aires.

    4-4.jpg
    [​IMG]
     
    Última edición: 19 Oct 2023
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  17. bigwave

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    Buena entrega
     
  18. Basse Corniche

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    Creo que ahora es un poquito mejor.
     
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  19. bigwave

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    :eek:

    Espero que tenga un buen seguro de hogar
     
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  20. bigwave

    bigwave Forista Senior

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    Como va esto?
     
  21. Basse Corniche

    Basse Corniche Ladyspeed Miembro del Club

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    5- Reinicio


    Expulsé pequeñas cantidades de agua entre sonoras arcadas para satisfacción del equipo de médicos que me rodeaba, al comprobar la eficacia de la maniobra de reanimación cardiopulmonar que habían realizado sobre mi pecho. Philippe estaba arrodillado a mi lado, y, detrás de él, se encontraba la atenta mirada del comisario Besson, que, en pie, degustaba un cigarro en busca de aplacar su mal disimulado nerviosismo generado por la situación. Al fondo, un equipo de bomberos se encargaba de amansar el fuego que consumía la casa.

    —¡Michel! ¡Maldito susto! —Philippe me ayudó a sentarme. Al apoyarme con la mano izquierda en el suelo gesticulé una pequeña muesca de dolor, fruto de la herida que me provocó el disparo. Fue audible por una de las enfermeras, que acudió a sanarme.

    —¿Te encuentras bien, muchacho? —El comisario se acercó para interesarse por mi estado.

    —S... si. Algo aturdido, solo es… ¡Au! —El desinfectante aplicado me provocó resquemor.

    —No te quejes, que podrías estar muerto. ¿Porque no me hiciste caso?

    —¿Que pretendías, Phil? ¿Que esperase en el jardín con un cigarro a que llegarais tú y el señor Besson con la caballería mientras alguien campaba a sus anchas dentro de la casa?

    —Así es —replicó el comisario—. Ha sido una temeridad entrar sólo ahí. —Aplicó una última calada al cigarro—. ¿Has podido ver algo?

    —Era un hombre, eso seguro, pero con la oscuridad poco más he visto. Además, iba vestido de negro por completo y llevaba la cara tapada. Cuando entré estaba en el salón. Corrió hacia el balcón previo intercambio de disparos, rompió la cristalera y escapó. Yo quise seguirlo y cuando me disponía a saltar... explotó todo.

    —Y por suerte para ti caíste dentro de la piscina.

    —¡Vaya, no me había percatado! —Estiré con los dedos de mi mano derecha mi camiseta empapada—. Pensaba que habían sido los bomberos.

    —La próxima vez te dejamos dentro del agua —A Philippe no le sentó muy bien mi respuesta.

    —¿Dices que intercambiasteis disparos? ¿Le diste?

    —Creo que si, en la pierna.

    —Daré el aviso a los hospitales de la zona, pero dudo que sirva de algo.

    —¿Que quiere decir? —Me levanté del suelo en el momento en que la enfermera finalizó la cura, y me cubrí con un par de grandes toallas.

    —Que el que ha entrado no era un aficionado cualquiera. Lo más probable es que pertenezca a una banda organizada, así que ya se encargarán de curarlo sin pasar por el hospital —Puntualizó el comisario—. Aun así, cuando puedas tenemos que hablar en profundidad acerca de lo sucedido. Y de otros asuntos.

    —Pues tendrá que esperar hasta mañana. Esta noche voy a seguir con el plan previsto e iré al hospital a dormir con Mélissa.

    Caminé entre los diversos escombros que poblaban el jardín y me dirigí a la entrada de la casa, o más bien, a lo poco que quedaba de ella. El panorama que se vislumbraba desde la puerta principal era desolador. La explosión la había destrozado casi por completo, y la estructura exterior seguía en pie de milagro. Mirar hacia el interior era como observar la boca del infierno, con todo el mobiliario calcinado, mientras los bomberos se encargaban de extinguir los pequeños focos aún latentes. La explosión había volatilizado la mayoría de objetos. La duda surgía al pensar en si la caja fuerte que había situada en la planta superior, y que cobijaba todos los ahorros generados por los robos de los dioses, habría sido capaz de soportar la deflagración. Me dispuse a entrar para comprobarlo, pero me lo impidieron.

    [​IMG]
    5-1.jpg

    —No puede pasar. No es seguro —me dijo uno de los bomberos.

    —¿Y cuándo podré hacerlo? Necesito recuperar mis pertenencias.

    —Aún no lo sabemos. Tenemos que asegurarnos que acceder al interior no supone un peligro. Será mejor que vuelva mañana.

    Y con esa frase lapidaria me quedé de pie, inerte, con la mirada perdida en un punto indefinido del interior, rodeado por dos toallas ya húmedas que apenas mitigaban el frío que sentía en mi cuerpo empapado. En ese instante, mi mente empezó a asimilar que las cosas, por desgracia, iban a ser muy diferentes a partir de ese momento.

    Abatido, me dirigí al Nissan. Introduje mi mano en el bolsillo del pantalón y mis dedos encontraron las llaves, que, pese a la explosión, seguían a buen recaudo. Abrí el maletero, saqué una toalla que había conseguido en la prisión y cubrí el asiento del conductor con ella. Con las que tenía puestas encima intenté secar algo más mis prendas, con estéril resultado, así que desistí y las lancé con rabia al suelo.

    Subí al coche, lo puse en marcha, configuré la calefacción al máximo y sin despedirme de nadie, ni ganas de hacerlo, me alejé del lugar. Encendí el equipo multimedia y observé por el retrovisor interior como la devastada casa de mi amigo se alejaba mientras el saxofón de Crockett’s Revenge de The Midnight se clavaba en mi cabeza durante el descenso.



    Pasados veinte minutos de las diez de la noche entré de nuevo en el aparcamiento del hospital. Estacioné el Nissan en la primera plaza libre que divisé y, al bajar, observé que había quedado torcido respecto a las líneas que la delimitaban, pero no me importaba lo más mínimo. Saqué la toalla del asiento y la deposité en la primera papelera que encontré de camino a la salida del parquin. Podía acceder al edificio desde el estacionamiento, sin necesidad de salir al exterior, pero necesitaba fumar un cigarro. Para mí desgracia, al buscar la cajetilla en mi bolsillo, descubrí que estaba completamente mojada, y por ende, su contenido. Resignado entré al interior del edificio en busca de los ascensores, acompañado en todo momento por las miradas de extrañeza y los susurros apenas inaudibles pero entendibles a la perfección que las personas que me acompañaron en mi ascenso dedicaban a mi desaliñado aspecto.

    Cuando llegué a la planta solicitada, salí de aquel cubículo móvil y me dirigí a la puerta de la habitación de Mélissa, que seguía escoltada por los mismos gendarmes que la vigilaban horas antes, y que tampoco pudieron disimular su sorpresa al verme aparecer con aquellas pintas.

    —¿Se… se encuentra bien? —preguntó uno de ellos, empujado más por la curiosidad que por la cordialidad.

    —Sí, no se preocupe. ¿Me permite acceder?

    —Por supuesto —Y ambos se apartaron para cederme el paso.

    Abrí la puerta con cautela, y asomé la cabeza en la penumbra de la habitación para comprobar que Mélissa dormía. Me adentré despacio para minimizar el ruido de mis pasos, pero su sueño ligero se percató de mi presencia.

    —¿Mi... Michel? —balbuceó aún dormida.

    —Si, Mélissa, soy yo —Me acerqué hasta la cama, encendí la pequeña luz que había en el cabezal y le besé en la frente. Su respuesta fue acariciar mi brazo izquierdo, pero al notar el vendaje debajo de la ropa húmeda se despertó de golpe.

    —¡¿Michel?! ¡¿Que te ha pasado?!

    Tardé más de veinte segundos en ser capaz de gesticular una palabra sin que una fuerte opresión en la garganta me impidiese hacerlo. Lo que no pude evitar es que mis ojos se empañasen.

    —Me han atacado.

    —¿Cómo que te han atacado?

    —Ha… había alguien dentro de casa. Vi una sombra por una de las ventanas y al entrar hubo un intercambio de disparos.

    —¿Te dio?

    —Me rozó en el brazo, como has podido comprobar.

    —¿Y porque está mojada tu ropa? —La presión volvió con más fuerza a mi garganta, así que no me quedó más remedio que girarme hacia la ventana de la habitación, respirar profundo y emprender una larga cuenta mental para calmarme y tratar de explicar lo sucedido.

    —Michel, me estas asustando —Mélissa intentó incorporarse—. ¿Qué ha pasado?

    —La… la casa explotó por los aires… yo salí despedido y por suerte caí en la piscina… yo no… —Me giré de nuevo y comprobé que ahora era a ella a la que de forma inconsciente le temblaba la mandíbula—. Lo siento mucho Mélissa.

    Me senté en el lado derecho de la cama, frente a ella. Fijé mi mirada en sus pupilas y me preparé para consolarla ante el inminente llanto. Nos fundimos en un abrazo como nunca antes nos habíamos dado, como si fuera lo único que nos quedase en la vida. Con mi mano derecha acaricié su cabeza, apoyada en mi hombro, en aras de disminuir los sollozos que emanaban de su desgarrada alma. Al rato los lamentos disminuyeron de intensidad y poco a poco despegó su tez de mi torso.

    —¿Tu… tú estás bien? —Asentí con un ligero movimiento de cabeza—. Pues el resto no importa. Es material y como tal se puede reemplazar. Pero si te llega a pasar algo a ti... yo... —Su mandíbula volvió a temblar.

    —Ya está Mél, no llores más, por favor.

    —Tienes... —Se secó las lágrimas con su manga izquierda—, tienes razón. Mañana llamaré al seguro de la casa. Les explicaré lo sucedido, y veremos que se puede hacer. Por el dinero no te preocupes, que aún quedan ahorros de Papá, y yo también tengo algunos ahorros. Y por suerte tenemos el apartamento de Saint-Laurent.

    —Si, es verdad.

    —¿Porque no vas a pasar la noche allí? Estarás más cómodo y tienes tu ropa limpia.

    —No. Llevo una semana sin verte, y no voy a dejar que nada ni nadie me prive de acompañarte esta noche.

    —Eres un encanto.

    Besé sus labios y me levanté de la cama. Me quité la ropa y la dejé en una silla que coloqué cerca del radiador que calentaba la estancia, para disponer de ella por la mañana. Me metí en la ducha y dejé que el agua caliente recorriese mi castigado cuerpo. Junté mis manos y coloqué mis palmas hacia arriba, debajo del chorro.

    [​IMG]
    5-2.jpg

    Observé como el líquido elemento corría entre las pronunciadas arrugas que las excesivas horas de humedad habían provocado en las puntas de mis dedos. Aproveché la circunstancia para retirar el vendaje excesivo que cubría mi brazo, y pude comprobar, para mi suerte, que aquella bala solo me había rozado. Me quedé inerte mientras el agua corría por mi cuerpo, y focalicé todos mis esfuerzos en poner cara a aquel atacante, a la vez que intentaba adivinar sus verdaderas intenciones, pues estaba claro que no era un simple robo con allanamiento. Tras veinte minutos noté que mi cuerpo volvía a su temperatura habitual. Cerré el grifo, alcancé la toalla, me sequé el cuerpo con ella y me la anudé a la cintura.

    —Voy a ver si hay algún... —Al salir me di cuenta de que Mélissa dormía de nuevo.

    Me acerqué a ella y la arropé hasta la altura del cuello. Después abrí uno de los armarios y busqué las sábanas limpias que siempre suele haber para la cama del acompañante. Para mi sorpresa, además, había un pijama de un solo uso sin estrenar. Lo saqué de la bolsa, me vestí, desplegué la cama que escondía el sofá y la preparé.

    Miré una última vez a Mélissa antes de apagar la luz y me acosté. No era el somier más cómodo, pero no estaba detrás de unos barrotes, si no al lado de mi amada.
     
    Última edición: 19 Oct 2023
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  22. bigwave

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    Gracias, se ha hecho rogar ;)
     
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  23. Tommy Gun

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    Brutal. Yo escribí Picando Biela y Galiza Calidade, en ForoCoches, pero no he conseguido la paciencia necesaria para terminar, al menos, el mejor, que es el último.
     
  24. Basse Corniche

    Basse Corniche Ladyspeed Miembro del Club

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    Ya no dispongo del tiempo de cuando RPM, pero la terminaré.

    Los leí en su momento. Me gustaron mucho, con un lenguaje muy desenfadado.

    Espero que te guste esta segunda parte de RPM (la primera ya está editada y también la tienes en el foro)
     
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  25. bigwave

    bigwave Forista Senior

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    Yo creo q los leí hace años, buen trabajo tb
     
  26. Tommy Gun

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    Tenía diecisiete años cuando escribí el primero, y el siguiente, un año más tarde, con dieciocho o diecinueve, ya era más verosímil. Aún así, casi todo eran paridas sin sentido. Me propuse escribir otro hace tres años, y era más bonito en general, la técnica más perfeccionada y con un argumento más sólido, pero aún así, pasan los años, tu forma de pensar cambia, es un rollo. Con más madurez, supongo, podría continuar.

    Sin desmerecer al OP, que es brutal, es mucho más elegante.
     
  27. bigwave

    bigwave Forista Senior

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    Cada edad tiene lo suyo y su encanto, con la edad se gana madurez, experiencia y se ven las cosas de diferente forma es cierto, pero no hay q desmerecer la frescura de un relato de alguien más joven sobretodo cuando los personajes son de su edad puede reflejar en su forma de escribir mejor la personalidad y sentimientos de forma intrínseca.

    Yo os animo a seguir con esta bonita afición
     
    Última edición: 4 Feb 2019
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  28. Tommy Gun

    Tommy Gun En Practicas

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    Gracias por el consejo. Aprecio el significado de lo que tratas de transmitirme, pero creo que no me he explicado bien, hablaba de que al ser tan joven, no me había documentado en absoluto de todo el entramado (el tema de los narcos en Galicia, mi forma de verlos, lo que era Picando Biela) que me montaba en mi cabeza y luego plasmaba en un documento de Word, mucho menos haberlo vivido. Años después, sí. Te informas a tope, por placer, conoces gente, gente de la que no desconfiabas y mucho menos te lo esperabas, los ves caer. Eso ayuda un montón, pero hoy en día repudio todo ese aura de glamour que le pintaba a ese mundillo, siendo un adolescente que no había salido del pueblo. Ahora, eso de la frescura, el escribir y que el que te lea te pida más y más, aún no lo he perdido, ni creo que lo pierda a no ser que vea muy negro el mundo. Todo se andará.
     
    Última edición: 4 Feb 2019
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  29. Gus

    Gus Tali-bahn Administrador Coordinador

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    ...aaaaghhhh....n...noooooooo...Mad World debía ser de Tears for Fears! ;)
     
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  30. Basse Corniche

    Basse Corniche Ladyspeed Miembro del Club

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    Lo pensé muy mucho antes de ponerla, pues no me suelen gustar la mayoría de las versiones sobre canciones originales (solo en honrosas excepciones). Creo que la cambiaré...
     
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