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Lo que no podía faltar en los coches de los 70 y 80
Aquellos viajes en coche, cuando todo se convertía en una excursión, aunque solo fuese ir a visitar a la abuela. Aquella sensación de entrar en el palacio de nuestro padre, su cubículo donde olía a tabaco y a pino, con manchas de nicotina en el techo y donde nos podíamos encontrar un montón de cosas, que eran las mismas que había en el coche del vecino.
Porque en todos los coches habitaban los mismos objetos, más o menos bonitos, más o menos útiles, pero que hacían que los viajes fuesen inolvidables, aunque nos mareásemos…
Las pegatinas
Era importante avisar si había bebés o niños a bordo, aunque esas pegatinas se quedaban para siempre, hasta cuando el bebé había crecido y era el que conducía el coche. Unas pegatinas que se siguen viendo hoy en día.
No importaba si te gustaba esquiar o no, ni siquiera si en Candanchu te habías quedado en la cafetería viendo como bajaban los demás. La pegatina comprada en la tienda de souvenirs era impepinable si querías dejar claro que habías estado allí.
Las cassettes
Todo coche y todo viaje debía tener al menos un buen repertorio de chistes de Arévalo…
…y de jotas aragonesas… Papá cambia de cinta que esta es un rollazo…
… y otros objetos
En verano, en los aparcamientos de las playas los coches hacían de anuncios con tanto parasol de regalo…
Aunque lo que más nos gustaba era empujar los coches aparcados para ver como movían la cabeza los perros de la bandeja trasera.
Los más beatos incluso pegaban figuritas de la virgen en los salpicaderos de plástico…
…colgaban estos cartoncitos (que no duraban mucho)para disimular el olor de tabaco negro…
Torturaban a toda la familia con las dichosas bolitas de madera, supuestamente antimareo…
…no dejaban de manosear la palanca de cambios (con pomos a cada cual más llamativo)…
…y por más que se lo pidiésemos (con foto incluída) pasában de nosotros en eso de la velocidad…

Aquellos viajes en coche, cuando todo se convertía en una excursión, aunque solo fuese ir a visitar a la abuela. Aquella sensación de entrar en el palacio de nuestro padre, su cubículo donde olía a tabaco y a pino, con manchas de nicotina en el techo y donde nos podíamos encontrar un montón de cosas, que eran las mismas que había en el coche del vecino.
Porque en todos los coches habitaban los mismos objetos, más o menos bonitos, más o menos útiles, pero que hacían que los viajes fuesen inolvidables, aunque nos mareásemos…
Las pegatinas

Era importante avisar si había bebés o niños a bordo, aunque esas pegatinas se quedaban para siempre, hasta cuando el bebé había crecido y era el que conducía el coche. Unas pegatinas que se siguen viendo hoy en día.

No importaba si te gustaba esquiar o no, ni siquiera si en Candanchu te habías quedado en la cafetería viendo como bajaban los demás. La pegatina comprada en la tienda de souvenirs era impepinable si querías dejar claro que habías estado allí.
Las cassettes

Todo coche y todo viaje debía tener al menos un buen repertorio de chistes de Arévalo…

…y de jotas aragonesas… Papá cambia de cinta que esta es un rollazo…
… y otros objetos

En verano, en los aparcamientos de las playas los coches hacían de anuncios con tanto parasol de regalo…

Aunque lo que más nos gustaba era empujar los coches aparcados para ver como movían la cabeza los perros de la bandeja trasera.

Los más beatos incluso pegaban figuritas de la virgen en los salpicaderos de plástico…

…colgaban estos cartoncitos (que no duraban mucho)para disimular el olor de tabaco negro…

Torturaban a toda la familia con las dichosas bolitas de madera, supuestamente antimareo…

…no dejaban de manosear la palanca de cambios (con pomos a cada cual más llamativo)…

…y por más que se lo pidiésemos (con foto incluída) pasában de nosotros en eso de la velocidad…