Idéntico al primer R5 en el que me subí hacia 1975, hasta en color, un 950 amarillo.
Mi padre entonces tenía un SEAT 850 y la percepción comparativa era de una superioridad ingenieril aplastante a favor del R5, especialmente al pasar del ruidoso, tosco y veterano motor trasero del SEAT al manso 950 del Renault que silbaba delante.
Serían unos 100 km con el R5 y me bajé enamorado del coche, quería que mi padre se comprase uno. Poco más tarde se compró un GS.