Hace años, cuando comenzaba mi andadura profesional, lo hice en una empresa petrolera. Recuerdo que por aquel entonces ya se hablaba bastante del fin del petróleo y cuando pregunté por allí, a los expertos, me dijeron que había garantizado como mínimo para 100 años. No lo verán tus ojos, me decían.
Para mí, la apuesta eléctrica me parece un pelotazo financiero, sin más. Unos cuantos espabilados que apostaron por esa tecnología, que registraron las patentes y que tuvieron la habilidad de codearse con las altas esferas nacionales y comunitarias para conseguir la Ley del embudo en favor de sus negocios. Si es mejor o peor tecnología no entro, ya que no tengo conocimientos técnicos para enjuiciarlo, pero que unos cuantos se lo han montado muy bien a su costa, lo tengo cristalino.
Lo de buscar la autosuficiencia de Europa me parece ridículo, además de una enorme incongruencia. Por un lado apuestas por una tecnología que supone tumbar toda industria que te ha situado en la vanguardia en los últimos 100 años y por otro, algo tan básico como es el abastecimiento de productos primarios, lo confías a terceros países que están a cientos de miles de kilómetros y mediando mares y océanos por medio. De toda la vida, la mejor manera de ganar guerras y batallas ha sido propiciando hambrunas que doblegaban al enemigo. Si en una pandemia hemos estado bloqueados por la ausencia de mascarillas y guantes, imagina lo que supondría en caso de conflicto la falta de alimentos básicos. Por eso me hace tanta gracia cuando a la gente se le llena la boca hablando de seguridad nacional y de fronteras. Si no eres capaz de asegurar tu propio sustento, ya me dirás a donde quieres ir por la vida. Coches eléctricos para evitar la dependencia del petróleo y a su vez depender del Magreb o de Mercosur para garantizar el abastecimiento alimentario. A mí no me cuadra el plan.