Lo que vendría a ser soplar y sorber al mismo tiempo.
El problema acuciante que hay en España no es de falta de viviendas, sino de exceso de demandantes de viviendas
El gobernador del Banco de España, un señor que se llama José Luis Escrivá, acaba de levantar la voz de alarma a propósito del enorme déficit de viviendas que en este momento arrostra España. En concreto, el gobernador cifra en 700.000 el número de esos hogares que deberían existir, pero que no solo no existen sino que tampoco hay expectativas de que vayan a construirse en un futuro mediato. Pero ocurre, y no por casualidad, que este alarmado José Luis Escrivá se llama igual que el anterior ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones del Reino de España. Si bien aquel Escrivá semejaba un gestor mucho más calmado y tranquilo que el ahora máximo responsable del instituto emisor.
Tan distinto resultaba el predecesor del sucesor que, lejos de mostrar inquietud alguna por los efectos colaterales de su generosidad, aquel primer Escrivá, el ministerial, fue quien promovió la reforma del
Reglamento de Extranjería, de resultas de la cual entre 500.000 y 700.000 extracomunitarios que residían ilegalmente en España serían premiados con la
regularización masiva de su estatus territorial. Esto es, ese mismo tecnócrata globalista, el que ahora se lamenta desconsolado ante la carencia dramática de 700.000 hogares en España, resulta ser el mismo tecnócrata globalista que, hace apenas un cuarto de hora, consideró muy oportuno y beneficioso para el país regalar la estancia legal a 700.000 extranjeros que habían violado nuestras leyes de fronteras.
Maravilloso ejercicio de esquizofrenia moral ese del Doctor José Luis y Mister Escrivá. Porque ocurre que en España, contra lo que predica la cantinela oficial, no hay un
problema de vivienda. El problema acuciante que hay en España no es de falta de viviendas, sino de
exceso de demandantes de viviendas. No es que falte oferta, es que sobra demanda, una cuestión bien distinta. Y mientras no se resuelva ese problema, el del crecimiento exponencial, imparable e imposible de resolver de una demanda hipertrofiada, tanto este Escrivá como el otro Escrivá, ambos, pueden decir misa. Porque el desastre solo va a seguir aumentando año tras año.