Cuando las comunidades musulmanas que viven en Europa o América alcanzan cierta masa poblacional crítica, aspiran a hacerse con el poder político. Y eso lo hacen con el apoyo de grandes sectores de la población autóctona, no necesariamente musulmana. ¿Por qué? La respuesta es compleja, pero parte del problema es que muchas personas nacidas en el seno de sociedades cristianas entienden el islam como una suerte de movimiento global antisistema que, tras siglos de opresión «occidental y cristianocéntrica», se habría levantado contra sus opresores. El islam se presenta, de este modo, como una suerte de envolvente social capaz de acoger a los individuos «flotantes», a los individuos desnortados que, habiendo quedado sin rumbo moral tras el proceso de descristianización y sin rumbo político tras la caída de la URSS, empezaron a ir al psicoanalista, al psicólogo, al gurú de turno, o bien se habrían afiliado a determinadas corrientes ideológicas en pro de la salvación del planeta o de la «Humanidad» para, de algún modo, salvar su desesperación. Muchos izquierdistas indefinidos, por ejemplo, encuentran en el islam un asidero moral e ideológico que da sentido a su existencia, a sus ideales traicionados por los partidos políticos que ellos consideraban de izquierdas. Identifican a los musulmanes como los grandes «oprimidos» de la historia, de manera que, solidarizándose con ellos, pueden salvar su propia frustración, aunque ello suponga destruir el legado político, social, cultural, ético y moral que construyeron sus abuelos desde coordenadas cristianas.
Con sólo 33 años, ha logrado la hazaña de destronar a Andrew Cuomo, todo un veterano que contaba con el apoyo del poder económico de Nueva York. Mamdani ha contado con el respaldo de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez. Es propalestino, crítico con Israel por Gaza y le apoyan los jóvenes...
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