MADMIG
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Resulta que este año alguien en el Olimpo de las decisiones festivas pensó que lo más oportuno era darle fiesta a Madrid por Santiago Apóstol. Yo, que soy de ideas brillantes, decidí aprovechar la coyuntura histórica para visitar a mi madre por tierras zamoranas, esa parte de España tan olvidada que cuando preguntas por ella en agosto, la gente duda si sigue existiendo o si ya fue absorbida por el reino de León.
Llego al hogar materno y, cómo no, conversación de bienvenida: el Jaguar hace “un ruido raro”. Y no cualquier Jaguar, no. Un E-Pace 204 DTD, esa joyita moderna de la ingeniería británica-alemano-india que, según los sabios de Internet, tiene dos modos: “ardiendo espontáneamente” o “rompiendo la cadena de distribución mientras saludas al del seguro”. Afortunadamente, este aún ruge, aunque algo más como un gato asmático que como un felino imperial. Toco madera, hierro, y un poco de corcho portugués, por si acaso.
Como experto en absolutamente nada mecánico (pero con una autoestima en modo ITV pasada), lo arranco, lo saco a dar una vuelta de reconocimiento y ahí está: un silbidito coquetón que sube y baja con las revoluciones del motor. Vamos, que o canta flamenco o es el alternador. Diagnóstico confirmado por mis orejas, Wikipedia y un vídeo de un señor andaluz con gafas de cerca.
Pero, ah, el drama: el servicio oficial está en Salamanca, a 150 kilómetros, es viernes, no hay citas, no hay mecánicos, no hay esperanza. Y entonces, como un rayo de luz luso, recuerdo que un amigo me habló de un taller en Miranda do Douro, Portugal. A 39 kilómetros.
Cruzo la frontera con el coche silbando y mi dignidad colgando del retrovisor. Llego y se me acerca un señor que parece haberse abrazado a un motor diésel. Va vestido de grasa con toques de humano. Saca un fonendoscopio terminado en punta (sí, como lo oyes) y se pone a “escuchar”. Diagnóstico exprés: no es el alternador, pero sí algún rodamiento de la correa de servicio. Lo dice con la seguridad de alguien que ha visto cosas.
Entra en una oficina de 3 metros cuadrados con una foto de la Virgen y un cenicero de los años 80, y me suelta: “Depende del rodamiento, puede ser 30€ o cerca de 100€ si lleva tensor”... y yo pensando que eso en España solo cubre el coste de decir “buenos días”. Le pregunto por la mano de obra, y sin perder ni medio tornillo de compostura, me señala un cartel: 30€ la hora. 49€ si salgo fuera.
Ahí me dio el ataque de risa nerviosa. No por el precio, sino porque de repente entendí por qué en Zamora cierran talleres y en Portugal arreglan Jaguars con fonendos de la guerra. Mientras en la capital del Reino te cobran 120€ por mirar el coche con mala cara, aquí te lo miran, lo huelen y te invitan a un café por menos de lo que cuestan unas copas en una terraza de Juan Bravo.
No escribo esto para presumir de que el Jaguar sigue sin arder, ni de que “casi” atino con la avería (experto en alternadores nivel 1). Tampoco porque me hicieran caso sin cita previa, ni por el glorioso viaje al pasado que fue ver a alguien diagnosticando con el oído . Es que, amigos, el motivo real de este relato es ese cartelito mágico que me recordó que todavía hay lugares en los que el sentido común no ha sido sustituido por un TPV con comisión bancaria.
Así que sí, a veces parece que Espanya ens roba… o al menos nos cobra como si fuéramos jeques y nos ha quitado mucho sentido común (al menos en el mundo del motor).
Llego al hogar materno y, cómo no, conversación de bienvenida: el Jaguar hace “un ruido raro”. Y no cualquier Jaguar, no. Un E-Pace 204 DTD, esa joyita moderna de la ingeniería británica-alemano-india que, según los sabios de Internet, tiene dos modos: “ardiendo espontáneamente” o “rompiendo la cadena de distribución mientras saludas al del seguro”. Afortunadamente, este aún ruge, aunque algo más como un gato asmático que como un felino imperial. Toco madera, hierro, y un poco de corcho portugués, por si acaso.
Como experto en absolutamente nada mecánico (pero con una autoestima en modo ITV pasada), lo arranco, lo saco a dar una vuelta de reconocimiento y ahí está: un silbidito coquetón que sube y baja con las revoluciones del motor. Vamos, que o canta flamenco o es el alternador. Diagnóstico confirmado por mis orejas, Wikipedia y un vídeo de un señor andaluz con gafas de cerca.
Pero, ah, el drama: el servicio oficial está en Salamanca, a 150 kilómetros, es viernes, no hay citas, no hay mecánicos, no hay esperanza. Y entonces, como un rayo de luz luso, recuerdo que un amigo me habló de un taller en Miranda do Douro, Portugal. A 39 kilómetros.
Cruzo la frontera con el coche silbando y mi dignidad colgando del retrovisor. Llego y se me acerca un señor que parece haberse abrazado a un motor diésel. Va vestido de grasa con toques de humano. Saca un fonendoscopio terminado en punta (sí, como lo oyes) y se pone a “escuchar”. Diagnóstico exprés: no es el alternador, pero sí algún rodamiento de la correa de servicio. Lo dice con la seguridad de alguien que ha visto cosas.
Entra en una oficina de 3 metros cuadrados con una foto de la Virgen y un cenicero de los años 80, y me suelta: “Depende del rodamiento, puede ser 30€ o cerca de 100€ si lleva tensor”... y yo pensando que eso en España solo cubre el coste de decir “buenos días”. Le pregunto por la mano de obra, y sin perder ni medio tornillo de compostura, me señala un cartel: 30€ la hora. 49€ si salgo fuera.
Ahí me dio el ataque de risa nerviosa. No por el precio, sino porque de repente entendí por qué en Zamora cierran talleres y en Portugal arreglan Jaguars con fonendos de la guerra. Mientras en la capital del Reino te cobran 120€ por mirar el coche con mala cara, aquí te lo miran, lo huelen y te invitan a un café por menos de lo que cuestan unas copas en una terraza de Juan Bravo.
No escribo esto para presumir de que el Jaguar sigue sin arder, ni de que “casi” atino con la avería (experto en alternadores nivel 1). Tampoco porque me hicieran caso sin cita previa, ni por el glorioso viaje al pasado que fue ver a alguien diagnosticando con el oído . Es que, amigos, el motivo real de este relato es ese cartelito mágico que me recordó que todavía hay lugares en los que el sentido común no ha sido sustituido por un TPV con comisión bancaria.

Así que sí, a veces parece que Espanya ens roba… o al menos nos cobra como si fuéramos jeques y nos ha quitado mucho sentido común (al menos en el mundo del motor).
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