El descubrimiento de la Antártida.
Gabriel de Castilla vio una gran extensión helada abarcando todo el horizonte. Era muy frío el ambiente a bordo alcanzados los 63º de latitud Sur, y embravecidas las aguas, con evidente riesgo de colisión al navegar cercados por estructuras de hielo y brumas. Habían llegado al fin del mundo, lugar de leyendas, de monstruos y de afanes que tardarían siglos en satisfacerse.
Frente a estos intrépidos españoles aparecía un continente virgen, cubierto de un impenetrable manto blanco. La Antártida acababa de ser descubierta en el año 1603.
Gabriel de Castilla, navegante y explorador, avistó por primera vez el continente helado de la Antártida. Quién lo hubiera sospechado allá por 1577, supuesto año de su nacimiento en Palencia.
De origen noble, bien joven se inició en la milicia haciendo meritoria carrera. También pronto cruzó el Atlántico rumbo a Nueva España con el grado de capitán en el arma de Artillería.
Incorporado a la Marina, en 1589 embarcó en el navío San Francisco para efectuar un reconocimiento cartográfico de los litorales de Perú y Chile, ampliada posteriormente la misión a la limpieza de piratas holandeses y británicos. Si valiente y decidido fue en tierra, no menos en la mar. Por ello, en 1596 fue nombrado General del puerto de El Callao.
Con el empleo de Almirante de la Armada del Mar del Sur, Gabriel de Castilla recibe en marzo de 1603 un encargo que derivó en descubrimiento:
Se le ordena zarpar del puerto de Valparaíso al mando de los siguientes barcos: El galeón Jesús María y las naves Nuestra Señora de las Mercedes y Nuestra Señora de la Visitación; para la persecución y remisión de las incursiones piratas de los corsarios holandeses, especialmente, y británicos.
Esos eran los objetivos, cuando una poderosa tormenta empujó hacia el Sur a los tres barcos, superando los 55º, la posición que en 1525 alcanzó el primer descubridor del paso al sur del cabo de Hornos, Francisco de Hoces. Y tanto los arrastró hacia el Sur que alcanzaron los 64º de latitud, en el tenebroso límite Antártico.
Gabriel de Castilla y los componentes de la expedición española contemplaron aquel asombroso paisaje de hielo y bruma, frío mortal y vientos cortantes; y puede que fueran los primeros humanos en hollar esa tierra incógnita, ciento setenta años, nada menos, antes que James Cook, con una tecnología exploradora y naval muy superior, diera noticia de la misma al mundo.
Después de Gabriel de Castilla, otros navegantes españoles llegaron a latitudes similares: la Fragata Aurora en 1702 y la San Miguel en 1709. Siempre en época anterior a las expediciones de James Cook.
Curiosamente, y no es una excepción en la historia de España, la trascendencia de la hazaña tardó en publicitarse. El primer documento que avala el descubrimiento a ojos del mundo es el testimonio del marinero holandés Laurenz Claesz, embarcado en una de las naves españolas, quien declara:
“… haber navegado bajo el Almirante don Gabriel de Castilla con tres barcos a lo largo de las costas de Chile hacia Valparaiso, i desde allí hacia el estrecho, en el año de 1603; i estuvo en marzo en los 64 grados i allí tuvieron mucha nieve. (…) y haber tierra muy alta y montañosa, cubierta de nieve, como el país de Noruega, toda blanca, que parecía extenderse hasta las islas Salomón”. En el siguiente mes de abril regresaron de nuevo a las costas de Chile.
Gabriel de Castilla falleció en Lima el 20 de marzo de 1620