8- Lázaro
Y por inaudito que pareciese debido a los últimos acontecimientos, el apartamento se encontraba en el mismo estado que siempre. Una rápida inspección a las estancias confirmó que todo estaba tal y como se había quedado la última vez que Melissa y yo lo habitamos.
Me senté en el sofá y respiré de manera profunda, aliviado, como hacia días que no respiraba. Fijé mi mirada en la pantalla del televisor, negra por completo al estar apagado, y en la que solo se veía mi reflejo.
Ver el archivos adjunto 153192
Empecé a proyectar en ella mis pensamientos, y también a valorar la nueva realidad que conformaba mi vida, y de la que por desgracia no podía escapar. Adaptarse o morir. Me asustaba de sobremanera el no saber que me deparaba el futuro. Tampoco lo sabía antes, pero de alguna manera me sentía seguro arropado por la compañía incondicional de Mélissa, y la ayuda desinteresada de mis amigos. Pero ahora me invadía un desbocado sentimiento de soledad, uno como hacía años que no sentía. Tan incontrolable como el pánico que parecía querer apropiarse de mi mente. Necesitaba buscar la parte positiva de la situación, que sin duda era que Mélissa estaba viva, y protegida. Esa certeza era la única que me ayudaba a disipar mis temores y seguir adelante.
Abandoné mis pensamientos y me incorporé de nuevo para dirigirme al baño. Pese a que me había duchado la noche anterior, mi piel se había impregnado del olor a humedad y barbacoa de aquella ropa endurecida, la cual deposité en el cesto que había al lado de la lavadora en cuanto me despojé de ella.
Tras poco más de veinte minutos salí del baño hacia el dormitorio. El reloj de la mesita, con sus enormes dígitos iluminados en un intenso verde, indicaba que faltaban unos pocos minutos para las cuatro de la tarde, así que decidí desnudarme de la toalla y ponerme un chándal para estar algo más cómodo. Una vez vestido me estiré en la cama por unos instantes. El cuerpo me pesaba y pensé que reposar un rato aliviaría parte de mi cansancio…
Cuando abrí los ojos de nuevo, la oscuridad reinaba en toda la estancia. Adormilado busqué con la mirada el reloj, y comprobé con angustia como la pequeña cabezada se había alargado por casi tres horas. Me sentí culpable por haber dormido tanto rato, así que me incorporé de manera abrupta y abrí el armario. Rebusque entre la ropa algo elegante pero cómodo, ya que el sitio en el que me habían citado, el Jimmy'z, era uno de los clubs más selectos de Mónaco, y del mundo, testigo de las mejores fiestas del principado, y el favorito por años de los pilotos de la categoría reina del automovilismo.
Yo no tenía el cuerpo para muchas fiestas, y en otras circunstancias hubiera dormido hasta la mañana siguiente, pero me había comprometido con el comisario y no quería causar mala impresión. Una camisa blanco hueso, un pantalón de pinza de color teja, y unos mocasines en gris oscuro eran suficientes. Una chaqueta larga y gris adornaba el vestuario, y de seguro que me ayudaría a paliar el frio que reinaría a lo largo de la noche.
Abandoné el apartamento y me dirigí de nuevo al Nissan. Deposité el abrigo en el asiento del acompañante, me acomodé y puse rumbo al principado mientras el equipo de música reproducía Chase de Giorgio m*roder.
Tardé algo más de media hora en atravesar una Basse Corniche con un tráfico que por suerte nada tenía que ver al de la época estival, y antes de las nueve de la noche, el frontal de mi coche se detenía casi al final de la avenida Princesse Grace, justo delante de la barrera que me impedía el paso a mi destino final.
—¿Buenas noches, que desea? —Me preguntó una voz masculina desde un interfono situado a la altura de mi ventana.
—Voy al Jimmy’z
—Aún no está abierto
—Lo se, he quedado con el señor Lázaro.
—¿Su nombre? —La voz de mi interlocutor se tornó algo despectiva.
—Michel Gratón —y el silencio por respuesta—, ¿disculpe?
Pero no recibí ninguna contestación verbal. En cambio, la barrera pivotó noventa grados sobre su eje y me facilitó el paso por la larga recta que conducía a la discoteca. Avancé en primera marcha, a una velocidad casi de persona, tan lento que apenas el cuentakilómetros lograba acariciar el segundo dígito del marcador. A pocos metros, a mi derecha, se descubría la entrada al edificio que cobijaba las mejores fiestas del mediterráneo. Pero ahora no era uno de esos momentos, pues como me había indicado la voz del interfono, el local todavia no había abierto.
No podía estacionar el Nissan justo en la entrada, así que avancé hacia tres plazas de aparcamiento situadas a unos veinte metros de la puerta, una de ellas ocupada por un precioso Maserati Grancabrio en un radiante color blanco perlado. Me bajé de mi deportivo nipón y me quedé contemplando el descapotable italiano. Acerqué la cabeza a la ventana del conductor a la vez que con la mano me hacía de visera para poder vislumbrar mejor el interior, cuando una voz desconocida interrumpió mi vouyerismo automovilístico.
Ver el archivos adjunto 153193
—¿Te gusta? —La pregunta formulada con un tono de voz grave y con cierto acento latino, provenía de un hombre alto y corpulento, de tez morena y cabeza afeitada. La oscuridad de su piel contrastaba con el traje blanco que vestía, zapatos en blanco brillo incluidos, y esa monotonía cromática se rompía por el brillo de las cadenas, pulseras, reloj y anillos de oro que adornaban su cuello, muñecas y dedos respectivamente—. Luego damos una vuelta en él.
—Usted debe ser Lázaro, ¿verdad? — Me acerqué a estrecharle la mano.
—Así es —mi gesto fue correspondido añadiendo una sonora palmada en el hombro —, pero tutéame por favor. Vamos dentro a tomar algo.
Seguí los pasos de Lázaro hacia los adentros de Jymmi’z. Un muy alto y musculado joven nos abrió la puerta para facilitarnos el ingreso. En el interior, una veintena de personas corrían de un lado para otro al ritmo de
I feel Love de Donna Summer, rematando los últimos detalles para la apertura de una nueva noche de diversión y desenfreno para la
jet set del principado.
—Disculpa el ajetreo, pero estas noches están siendo muy intensas. Las navidades son fechas de mucho movimiento en el principado.
Seguí a Lazaro hasta una de las mesas del exterior, donde me ofreció tomar asiento. Y antes de que mis posaderas tocasen el mullido sofa de sky, una joven se acercó para preguntarnos que queríamos.
—Yo lo de siempre, Marie. ¿Y tu Michel?
—Una tónica
—Un Gintonic, querrás decir —me corrigió Lázaro.
—No, no de verdad, te lo agradezco Láz…
—No le hagas caso Marie, tráele un Gintonic
—¡Que no esté muy cargado, por favor! —fue lo único que alcancé a gritarle a la joven Marie antes de que desapareciera en el interior del local. De mientras, Lázaro había sacado un paquete de Marlboro, del cual había extraído un cigarro y me había ofrecido otro, el cual acepté de buen gusto.
—Me ha comentado mi buen amigo François… — Pausó para encenderse el cigarro mediante una cerilla, exhaló la primera bocanada de humo y prosiguió—, que tienes una interesante habilidad con los coches, y no solo al volante.
—Seguro que el amigo François exageró en sus palabras —Lázaro exhaló una nueva bocanada de humo y acercó su cabeza hacia el centro de la mesa. Su tono de voz cambió a un punto más intimidatorio.
—Se que eres el que ha robado todos los coches para aquel árabe malnacido.
—Veo que Nasser se encargó de hacer buenas amistades.
—Está mejor muerto créeme, era un cáncer para los negocios — Volvió a relajar su posición.
—¿De coches? —Repliqué mientras tomaba la copa de Gintonic que nos acababan de servir.
Ver el archivos adjunto 153194
—De todo —Lázaro hizo lo mismo con su vaso de puro ron cubano—. Era despiadado, siempre quería más por menos, apretaba sin contemplación, lo que le llevaba a generarse más enemistades.
—Entiendo que en eso consisten este tipo de negocios, ¿no? En sacar el máximo beneficio de cualquier transacción.
—En teoría si, Michel. Pero esto es la Costa Azul, esto es diferente. El principado es pequeño pero fructífero, y hay sitio para todos si caminas con cautela.
—¿Y si no?
—Ya te lo he dicho, chico, el principado es un sitio pequeño. Un mal paso y puedes pisar a alguien —propinó una última calada al ya casi extinto cigarro—, y créeme que Nasser dio más de un mal paso.
—Curiosa metáfora. Pero creo que no querías conocerme solo para hablar de Nasser
—Cierto —le propinó un trago al vaso como si su contenido fuese agua mineral, y se incorporó —¡Sígueme!
Deshicimos el camino hacia el exterior del local, y nos dirigimos al Maserati. Lázaro caminó hacia la puerta derecha, se giró y me lanzó las llaves.
¿Has llevado alguna vez un Maserati? —En mi cabeza se proyectó fulgurante la silueta de Deméter, pero preferí ocultar esa información, y negué su pregunta con un gesto de cabeza —Ya verás, es como un Ferrari, solo que más civilizado.
Pero desde luego el sonido al arrancar decía todo lo contrario. El ronroneo del V8 a ralentí era bronco, y ya dejaba entrever la potencia que escondía bajo el capó delantero.
—¿Dónde vamos? —Le pregunté tras pasar la barrera de salida.
—Vamos dirección Niza, por la
Moyenne Corniche, si quieres —me replicó mientras desde su asiento accionaba el techo del Maserati, para dejarnos completamente al descubierto—. Me encanta este cacharro — accionó el equipo de música y empezó a sonar
537 Cuba de Orishas—. Si sientes frio, los asientos son calefactados.
Avanzamos por los túneles del principado para abandonarlo lo más rápido posible, y a los pocos minutos nos adentramos en la
Moyenne Corniche. A Lázaro le había sonado el teléfono, y hablaba con su interlocutor de forma distendida en castellano. Como no lo entendía, me limité a disfrutar del descapotable del tridente. La verdad es que el tacto de su dirección era fenomenal, y para nada se sentía como un Gran Turismo torpe de cuatro plazas. Y el sonido tanto al subir de vueltas como el borboteo de los escapes al reducir, era adictivo. Aquella máquina me había hecho olvidar por unos instantes los malos momentos vividos en los últimos días.
Pasamos de nuevo por Èze, por lo que no pude evitar recordar la estampida del comisario por la mañana. Al dejar atrás el bucólico pueblo amurallado, Lázaro finalizó la llamada y se dirigió a mí.
—Perdona Michel, era una llamada que tenía que atender —le quité importancia moviendo la mano en un vaivén horizontal.
—¿Qué coches necesitas?
—Ninguno. El coche ya lo tengo —La respuesta me dejó intrigado—. Lo que necesito es que lo conduzcas.
—¿Quieres que sea tu chofer? —Le pregunté extrañado.
—Si, pero no tienes que llevarme a mí, serás mi transportista. Verás —Lázaro giró su cuerpo hacia mí, para crear más interés a sus palabras—, tengo cierta mercancía que requiere de un transporte especial, que no se puede hacer en furgoneta, ya me entiendes… Y para ello necesito el mejor conductor.
—Yo no soy el mejor conductor.
—No es lo que mi amigo François me ha dicho, y el señor Besson es muchas cosas, pero no creo que mentiroso sea una de ellas. Además —se llevó su mano izquierda al interior de su chaqueta, y sacó un fajo de billetes —, suelo pagar bien los portes —Y colocó el dinero en el interior de mi chaqueta —. Esto por el paseo de hoy; seguro que te ayuda a tomar la decisión.
No pude ver con claridad la cantidad de billetes, ni el color de estos, pero aquel taco ejercía peso y presión en la chaqueta. A veces se me olvidaba que estábamos en la Costa Azul, pero detalles como estos se encargaban de recordármelo. Lázaro extrajo un cigarro del paquete y un mechero Zippo con una estrella roja, símbolo del máximo exponente de la revolución cubana.
En el preciso instante que propinó la primera calada, unos focos obviaron cualquier distancia de seguridad, y se acercaron peligrosamente a la trasera del Maserati.
—Más vale que aceleres, chico —. El semblante de Lázaro se tornó preocupado mientras observaba por el retrovisor como aquel coche se acercaba de manera fugaz.