Off Topic RPM2: Pulsaciones por minuto

Alfa156

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Bien! Me pillas con la primera parte “fresca” pues la leí a principios de verano, me alegro que hayas decidido terminarlo de acuerdo a mi ritmo de lectura biggrin:p
 

Basse Corniche

Ladyspeed
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9- Sábanas frías



Apreté el botón Sport, situado en la consola central, pulsé la leva izquierda dos veces para engranar tercera velocidad y el motor se revolucionó por encima de las cinco mil revoluciones por minuto. Y en ese preciso instante fue cuando hundí el pie derecho en el acelerador e intenté que los más de cuatrocientos treinta caballos del modelo italiano fueran capaces de alejarnos de nuestro perseguidor.

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La música había sido enmudecida por el chillido agónico del uve ocho, que se disputaba el protagonismo con los gritos de desesperación de los neumáticos al intentar traccionar a las salidas de las curvas. El que no decía nada era Lázaro, que se limitaba a agarrarse al asidero de la puerta con todas sus fuerzas mientras su cabeza intentaba vencer las fuerzas G para mirar por su retrovisor la distancia del coche acechante.

Y para mi impotencia, esta no menguaba. La oscuridad de la noche, el brillo de sus faros y la rapidez con la que todo sucedía, me impedían identificar que coche era capaz de aguantarnos el tipo en aquella Moyenne Corniche que empezaba a morir a las puertas de Niza. Entrar en la ciudad a esa velocidad nos exponía ya no solo a un accidente de terribles consecuencias, sino a ser el objetivo principal de los gendarmes.

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Las primeras farolas indicaban que nos adentrábamos sin remedio en las estrechas calles de la antigua ciudad del reino de Cerdeña. Apreté con el pie izquierdo el freno y bajé dos marchas de golpe a la vez que giré el volante a la derecha de forma violenta, como el capitán que desesperado gira el timón de su barco en medio de la tempestad. Y aceleré para descolocar la zaga e ingresar con un bonito derrape en el Boulevard de Riquier.

El brusco cambió de dirección sorprendió a nuestro perseguidor, que se vió forzado a imitar el contravolante que segundos antes yo acababa de realizar. Pero a diferencia de mi, su montura quiso desbocarse, y sus cuatro ruedas deslizaron por el asfalto ligeramente humedecido debido a la humedad que la proximidad del mar creaba.

Y fue en ese instante en el que por el retrovisor central pude adivinar la silueta de un elegante deportivo inglés.

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—¡Nos sigue un Aston Martin DB11! —le esputé a Lázaro—, ¿sabes quién puede ser?

Pero los esfuerzos de mi copiloto se centraban en no manchar la tapicería de su deportivo con sus efluvios intestinales y a la vez mantenerse consciente. Con todo, sacó fuerzas de flaqueza para girar su cabeza a ambos lados, respondiendo sin hablar a mi pregunta.

Cuarta velocidad y el Maserati volaba por aquella estrecha calle rozando los ciento sesenta kilómetros por hora. Y el modelo inglés no solo no se quedaba atrás, si no que de nuevo recortaba terreno. Era inviable mantener semejantes velocidades en suelo urbano, y el kilómetro de distancia antes del siguiente cruce se esfumaba. Un nuevo juego de pies y manos, con giro de volante en la misma dirección e ingresamos como dos exhalaciones en el Boulevard del Observatorio, que como su nombre indicaba, era una especie de carretera que subía al edificio de Niza dedicado al visionado de los astros celestes.

Los coches que descansaban aparcados en el lado derecho se esfumaban como manchas fugaces de colores mientras los dos motores chillaban en aquella ascensión diabólica en medio de la oscuridad de la noche.

—¡Rápido, metete en ese desvío! —Lázaro salió de su letargo para indicarme que nos introdujéramos en un camino de tierra a la izquierda de la carretera

—¡Pero si ese camino…!

—¡Métete te digo!

Sin pensarlo dos veces, giré con todas mis fuerzas el volante hacia la izquierda y el Maserati obedeció mis ordenes, no sin rechistar con el crujido de sus plásticos, que se quejaban al ser sometidos a semejante torsión. Y al instante mi subconsciente ordenó a mi pie izquierdo presionar el pedal de freno con toda la fuerza posible, y es que un par de barreras New Jersey nos impedían seguir avanzando por aquel camino de tierra y gravilla fina.

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El Maserati recorrió una docena de metros antes de detenerse por completo en medio de una nube de polvo. Cuando esta se disipó, pude observar por el retrovisor izquierdo la silueta del conductor del Aston Martin, que cubierto por su puerta me apuntaba con lo que parecía ser un arma. Me desabroché el cinturón y abrí la puerta, pero un grito abortó mi acción

—¡Quieto, o te meto una bala por el cogote!

Preso del miedo y sin entender que pasaba, giré mi mirada lentamente hacia Lázaro, y para mi sorpresa, este empezó a reírse a carcajadas. Estaba claro que la inverosímil y delicada situación que acontecía había trastocado por completo su cabeza, y era incapaz de funcionar con normalidad. No había otra explicación a semejante carcajada nerviosa. O eso pensaba yo.

—¿Qué te ha parecido, Omar? —Lázaro, aun riéndose, lanzó esa pregunta a nuestro perseguidor, a la vez que se desabrochaba el cinturón y abría la puerta —. Baja, Michel.

—¡¿Que… que coj*nes está pasando?! —Copié el movimiento de mi copiloto y abandoné el convertible del tridente—. ¿Quién c**o es este tipo?

—¡Muestra un respeto! —Mis modales molestaron al perseguidor,

—¡¿Respeto?! —Avancé hacia él dispuesto a tener más que palabras, pero Lázaro se interpuso entre los dos.

—Calma Michel, relájate. Te presento a mi hermano, Omar

—¿¡Co…como?! ¿Tu hermano?

—Así es.

—¿Pero hermano de sangre? ¿O es que sois demasiado buenos amigos?

—Hermano de sangre.

—Ahora sí que estoy alucinando.

Y es que si Lázaro era un tipo alto, musculoso y de piel oscura, Omar era todo lo contrario. De hecho, no parecían pertenecer ni a la misma línea genealógica. Su piel era blanca, más de lo habitual, su estatura era similar a la mía, y su complexión delgada no era capaz de rellenar el traje gris que vestía, con chaleco incluido, el cual intentaba sin gran éxito disimular la incipiente barriga que indicaba una vida de excesos con la bebida y nula interacción con cualquier actividad deportiva.

—Has estado muy bien —Guardó el arma y se acercó para estrecharme la mano—. No es fácil escapar con eso de un uve doce —Y acarició la puerta de su DB11.

—¿Cómo que con eso? —Lázaro interrumpió entre risas —. ¿Tanto te duele que ligue más que tu que tienes que meterte con mi coche? —Y estrechó su cabeza entre su brazo mientras con los nudillos le frotaba el cráneo de manera fugaz

—No quiero interrumpir esta bucólica muestra de hermandad, pero ¿de veras era necesario todo esto?

—Lo era —Omar se zafó de Lázaro, se acercó a mi y cambió su tono — Al último conductor lo rebasé a los pocos minutos, antes de llegar a Niza. Le dije a Lázaro que no lo contratásemos, pero aquí el señorito vio algo especial —Miró a su hermano y este agachó la cabeza—. En el segundo transporte se despeñó por un acantilado. El coche salió ardiendo y nos costó toda la mercancía. Espero que tu corras más suerte —Su rostro se había quedado a escasos centímetros del mío, y estaba tan enfadado por los hechos que narraba que aun se formaba espuma en la comisura de sus labios.

—Ya has visto que Michel ha llegado hasta aquí —Lázaro se percató de la creciente ira de su hermano e interrumpió para apaciguarlo.

—Cierto —Se separó y relajó su tono—, seguro que este es diferente. Lo dicho, Michael, un placer —Y me estrechó de nuevo su mano.

Omar se subió al Aston Martin, recorrió marcha atrás los metros necesarios para volver al asfalto y desapareció en la noche mientras el aullido de su mecánica se desvanecía en el aire.

—Volvamos al Jymmi’z, Michel.

Lázaro esta vez ocupó el asiento del conductor. Puso en marcha el Maserati, subió el volumen del equipo de música y avanzamos hacia Mónaco por el Col d’ Eze escuchando Sabanas frías de Maná.



El tarareaba la canción del grupo mejicano y yo saqué mi teléfono del bolsillo. Y mi cara cambió al ver la información que la pantalla mostraba. Mi muesca no pasó desapercibida por Lázaro.

—¿Todo bien, Michel?

—Si, todo genial.

—Disculpa las formas de mi hermano, a veces es un poco impulsivo.

—Tu hermano… ya…

—De verdad que sí. Algún día te lo contaré —Lázaro no aguantaba la risa—. Y no te preocupes por el trabajo, para ti será fácil.

—No me preocupa, tranquilo.

Me preocupaba el hecho de tener dos llamadas de Mélissa de hacia una hora. No las había escuchado, pero era imposible hacerlo en medio de aquella huida. Ahora, cerca de la medianoche, era tarde para devolverle la llamada. Me asustaba pensar que algo malo pudiera haber pasado, pero si así fuera, Phillipe me hubiera llamado. Quizás solo quería darme las buenas noches.

Pasados veinte minutos de las doce, llegamos a la puerta del Jymmi’z. El ambiente era completamente diferente al de unas horas atrás. La zona estaba abarrotada de gente de todas las edades, hombres y mujeres que movían su cuerpo al ritmo de Hideaway de Kiesza.



Reían, bailaban, se besaban y en resumen disfrutaban de la vida despreocupada que la noche monegasca les regalaba. Una pareja de exuberantes señoritas con más de un sólido atributo y sendas copas de cava en la mano, se acercaron a Lázaro nada más que vieron asomar el Maserati a lo lejos.

—Me vas a perdonar Michel, el deber me llama —comentó con sorna —Ya te avisaré, pero será pronto.

Cuando quise contestarle, aquellas dos mujeres se lo llevaban al interior en volandas. Aquel tipo que de espaldas era como un armario ropero, flotaba cogido a los brazos de aquellas jóvenes, una a cada lado. Algo me decía que no iban a dar clases de repaso de matemáticas.

Busqué las llaves del Nissan y me dirigí hacia él. Me subí, arranqué y abandoné el principado en cuestión de minutos. Estaba tan cansado que decidí ir por la autopista hacia Saint-Laurent-du-Var para tardar el menor tiempo posible. La nula presencia de tráfico combinado con la oscuridad de la noche no ayudaba en absoluto a mantener los párpados abiertos. Pese a estar en diciembre, bajé la ventana, saqué un cigarro, subí la radio y aumenté mi velocidad al ritmo (I just) Died in your arms de Cutting Crew



Rodaba a más de ciento setenta kilómetros por hora, cuando apareció la señal que indicaba que a quinientos metros encontraría a mi derecha la salida número cincuenta y cinco, Niza centro. El reloj digital del Nissan indicaba que pasaban cinco minutos de la una de la madrugada. El horario de visitas había acabado hacia rato, pero yo necesitaba ver a Mélissa. Frené con decisión mientras reduje dos marchas y abandoné la autopista por la mencionada salida, para, al cabo de cinco minutos, ingresar de nuevo en el estacionamiento del recinto hospitalario.

Aparqué el 300ZX en una de las múltiples plazas vacías, y accedí al interior del hospital por el mismo aparcamiento. La recepción estaba desierta, ni tan siquiera había nadie en el mostrador, así que me dirigí a los ascensores. Cuando el más rápido a mi solicitud llegó, la voz de Philippe detuvo mi ingreso en él.

—¡Michel! —Se acercó a mi café en mano—. ¿Qué haces aquí? ¿Va todo bien?

—Si, va todo bien.

—Pareces cansado, chico.

—Lo estoy, de veras que lo estoy, pero regresaba de Mónaco y quería ver a Mélissa. No sé, me ha llamado sobre las once y no he visto las llamadas hasta un rato después.

—¡Ah! Te habrá llamado para decirte que se la llevaban a hacer una prueba.

—¿Una prueba? —Mi gesto cambió por completo—. ¿A las once de la noche?

—Si, a mi también me ha extrañado mucho, pero ha venido un camillero muy amable y se la ha llevado. Me ha dicho que tardarían unos cuarenta minutos, así que he salido a tomar un poco el aire y un café —removió aquella agua sucia en vaso de plástico con un palo transparente del mismo material—, y he vuelto sobre las doce pero aun no la habían traído, así que he salido a por otro café.

—Phil, ¿Te estás quedando conmigo?

—No, de verdad, que no, Michel

—Esto no me huele bien.

Preso de los nervios volví a pulsar el botón del ascensor, que seguía esperándome. Accedimos rápido a su interior y ascendimos a la quinta planta en unos eternos treinta segundos. Al abrirse las puertas empecé a correr en dirección a la habitación 504. A llegar, uno de los dos gendarmes se dirigió a Philippe.

—Aun no la han traído —Le contestó el más mayor.

—Esto no me gusta nada, Phil.

Al fondo divisé a una enfermera salir de una habitación, y fui a su encuentro. Philippe siguió mis pasos.

—Dis… disculpe — Me faltaba el aire —, ¿Qué prueba le han hecho a la paciente de la 504?

—¿Prueba? —La cara de la enfermera confirmó mis sospechas—. A estas horas no se hacen pruebas si no es una urgencia. Déjeme comprobar el parte del anterior turno —Se acercó al mostrador, se sentó en el ordenador y después de teclear y navegar por varias pestañas nos confirmó—. No, no hay nada anormal apuntado, ni solicitud de prueba.

La cara de Philippe cambió por completo. Corrimos de nuevo a la habitación y antes de llegar Philippe les gritó a los gendarmes que abriesen la puerta. Al acceder y para nuestra sorpresa, estaba completamente vacía, ni tan siquiera los pocos enseres personales de Mélissa estaban en ella. Tan solo la silla de ruedas.

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—¡Me cago en la p*ta, Phil! ¡Me cago en la p*ta! —Y hundí mi puño contra la pared ante la estupefacta mirada de los gendarmes.
 

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8- Lázaro



Y por inaudito que pareciese debido a los últimos acontecimientos, el apartamento se encontraba en el mismo estado que siempre. Una rápida inspección a las estancias confirmó que todo estaba tal y como se había quedado la última vez que Melissa y yo lo habitamos.

Me senté en el sofá y respiré de manera profunda, aliviado, como hacia días que no respiraba. Fijé mi mirada en la pantalla del televisor, negra por completo al estar apagado, y en la que solo se veía mi reflejo.

Ver el archivos adjunto 153192

Empecé a proyectar en ella mis pensamientos, y también a valorar la nueva realidad que conformaba mi vida, y de la que por desgracia no podía escapar. Adaptarse o morir. Me asustaba de sobremanera el no saber que me deparaba el futuro. Tampoco lo sabía antes, pero de alguna manera me sentía seguro arropado por la compañía incondicional de Mélissa, y la ayuda desinteresada de mis amigos. Pero ahora me invadía un desbocado sentimiento de soledad, uno como hacía años que no sentía. Tan incontrolable como el pánico que parecía querer apropiarse de mi mente. Necesitaba buscar la parte positiva de la situación, que sin duda era que Mélissa estaba viva, y protegida. Esa certeza era la única que me ayudaba a disipar mis temores y seguir adelante.

Abandoné mis pensamientos y me incorporé de nuevo para dirigirme al baño. Pese a que me había duchado la noche anterior, mi piel se había impregnado del olor a humedad y barbacoa de aquella ropa endurecida, la cual deposité en el cesto que había al lado de la lavadora en cuanto me despojé de ella.

Tras poco más de veinte minutos salí del baño hacia el dormitorio. El reloj de la mesita, con sus enormes dígitos iluminados en un intenso verde, indicaba que faltaban unos pocos minutos para las cuatro de la tarde, así que decidí desnudarme de la toalla y ponerme un chándal para estar algo más cómodo. Una vez vestido me estiré en la cama por unos instantes. El cuerpo me pesaba y pensé que reposar un rato aliviaría parte de mi cansancio…

Cuando abrí los ojos de nuevo, la oscuridad reinaba en toda la estancia. Adormilado busqué con la mirada el reloj, y comprobé con angustia como la pequeña cabezada se había alargado por casi tres horas. Me sentí culpable por haber dormido tanto rato, así que me incorporé de manera abrupta y abrí el armario. Rebusque entre la ropa algo elegante pero cómodo, ya que el sitio en el que me habían citado, el Jimmy'z, era uno de los clubs más selectos de Mónaco, y del mundo, testigo de las mejores fiestas del principado, y el favorito por años de los pilotos de la categoría reina del automovilismo.

Yo no tenía el cuerpo para muchas fiestas, y en otras circunstancias hubiera dormido hasta la mañana siguiente, pero me había comprometido con el comisario y no quería causar mala impresión. Una camisa blanco hueso, un pantalón de pinza de color teja, y unos mocasines en gris oscuro eran suficientes. Una chaqueta larga y gris adornaba el vestuario, y de seguro que me ayudaría a paliar el frio que reinaría a lo largo de la noche.

Abandoné el apartamento y me dirigí de nuevo al Nissan. Deposité el abrigo en el asiento del acompañante, me acomodé y puse rumbo al principado mientras el equipo de música reproducía Chase de Giorgio m*roder.



Tardé algo más de media hora en atravesar una Basse Corniche con un tráfico que por suerte nada tenía que ver al de la época estival, y antes de las nueve de la noche, el frontal de mi coche se detenía casi al final de la avenida Princesse Grace, justo delante de la barrera que me impedía el paso a mi destino final.

—¿Buenas noches, que desea? —Me preguntó una voz masculina desde un interfono situado a la altura de mi ventana.

—Voy al Jimmy’z

—Aún no está abierto

—Lo se, he quedado con el señor Lázaro.

—¿Su nombre? —La voz de mi interlocutor se tornó algo despectiva.

—Michel Gratón —y el silencio por respuesta—, ¿disculpe?

Pero no recibí ninguna contestación verbal. En cambio, la barrera pivotó noventa grados sobre su eje y me facilitó el paso por la larga recta que conducía a la discoteca. Avancé en primera marcha, a una velocidad casi de persona, tan lento que apenas el cuentakilómetros lograba acariciar el segundo dígito del marcador. A pocos metros, a mi derecha, se descubría la entrada al edificio que cobijaba las mejores fiestas del mediterráneo. Pero ahora no era uno de esos momentos, pues como me había indicado la voz del interfono, el local todavia no había abierto.

No podía estacionar el Nissan justo en la entrada, así que avancé hacia tres plazas de aparcamiento situadas a unos veinte metros de la puerta, una de ellas ocupada por un precioso Maserati Grancabrio en un radiante color blanco perlado. Me bajé de mi deportivo nipón y me quedé contemplando el descapotable italiano. Acerqué la cabeza a la ventana del conductor a la vez que con la mano me hacía de visera para poder vislumbrar mejor el interior, cuando una voz desconocida interrumpió mi vouyerismo automovilístico.

Ver el archivos adjunto 153193

—¿Te gusta? —La pregunta formulada con un tono de voz grave y con cierto acento latino, provenía de un hombre alto y corpulento, de tez morena y cabeza afeitada. La oscuridad de su piel contrastaba con el traje blanco que vestía, zapatos en blanco brillo incluidos, y esa monotonía cromática se rompía por el brillo de las cadenas, pulseras, reloj y anillos de oro que adornaban su cuello, muñecas y dedos respectivamente—. Luego damos una vuelta en él.

—Usted debe ser Lázaro, ¿verdad? — Me acerqué a estrecharle la mano.

—Así es —mi gesto fue correspondido añadiendo una sonora palmada en el hombro —, pero tutéame por favor. Vamos dentro a tomar algo.

Seguí los pasos de Lázaro hacia los adentros de Jymmi’z. Un muy alto y musculado joven nos abrió la puerta para facilitarnos el ingreso. En el interior, una veintena de personas corrían de un lado para otro al ritmo de I feel Love de Donna Summer, rematando los últimos detalles para la apertura de una nueva noche de diversión y desenfreno para la jet set del principado.



—Disculpa el ajetreo, pero estas noches están siendo muy intensas. Las navidades son fechas de mucho movimiento en el principado.

Seguí a Lazaro hasta una de las mesas del exterior, donde me ofreció tomar asiento. Y antes de que mis posaderas tocasen el mullido sofa de sky, una joven se acercó para preguntarnos que queríamos.

—Yo lo de siempre, Marie. ¿Y tu Michel?

—Una tónica

—Un Gintonic, querrás decir —me corrigió Lázaro.

—No, no de verdad, te lo agradezco Láz…

—No le hagas caso Marie, tráele un Gintonic

—¡Que no esté muy cargado, por favor! —fue lo único que alcancé a gritarle a la joven Marie antes de que desapareciera en el interior del local. De mientras, Lázaro había sacado un paquete de Marlboro, del cual había extraído un cigarro y me había ofrecido otro, el cual acepté de buen gusto.

—Me ha comentado mi buen amigo François… — Pausó para encenderse el cigarro mediante una cerilla, exhaló la primera bocanada de humo y prosiguió—, que tienes una interesante habilidad con los coches, y no solo al volante.

—Seguro que el amigo François exageró en sus palabras —Lázaro exhaló una nueva bocanada de humo y acercó su cabeza hacia el centro de la mesa. Su tono de voz cambió a un punto más intimidatorio.

—Se que eres el que ha robado todos los coches para aquel árabe malnacido.

—Veo que Nasser se encargó de hacer buenas amistades.

—Está mejor muerto créeme, era un cáncer para los negocios — Volvió a relajar su posición.

—¿De coches? —Repliqué mientras tomaba la copa de Gintonic que nos acababan de servir.

Ver el archivos adjunto 153194

—De todo —Lázaro hizo lo mismo con su vaso de puro ron cubano—. Era despiadado, siempre quería más por menos, apretaba sin contemplación, lo que le llevaba a generarse más enemistades.

—Entiendo que en eso consisten este tipo de negocios, ¿no? En sacar el máximo beneficio de cualquier transacción.

—En teoría si, Michel. Pero esto es la Costa Azul, esto es diferente. El principado es pequeño pero fructífero, y hay sitio para todos si caminas con cautela.

—¿Y si no?

—Ya te lo he dicho, chico, el principado es un sitio pequeño. Un mal paso y puedes pisar a alguien —propinó una última calada al ya casi extinto cigarro—, y créeme que Nasser dio más de un mal paso.

—Curiosa metáfora. Pero creo que no querías conocerme solo para hablar de Nasser

—Cierto —le propinó un trago al vaso como si su contenido fuese agua mineral, y se incorporó —¡Sígueme!

Deshicimos el camino hacia el exterior del local, y nos dirigimos al Maserati. Lázaro caminó hacia la puerta derecha, se giró y me lanzó las llaves.

¿Has llevado alguna vez un Maserati? —En mi cabeza se proyectó fulgurante la silueta de Deméter, pero preferí ocultar esa información, y negué su pregunta con un gesto de cabeza —Ya verás, es como un Ferrari, solo que más civilizado.

Pero desde luego el sonido al arrancar decía todo lo contrario. El ronroneo del V8 a ralentí era bronco, y ya dejaba entrever la potencia que escondía bajo el capó delantero.

—¿Dónde vamos? —Le pregunté tras pasar la barrera de salida.

—Vamos dirección Niza, por la Moyenne Corniche, si quieres —me replicó mientras desde su asiento accionaba el techo del Maserati, para dejarnos completamente al descubierto—. Me encanta este cacharro — accionó el equipo de música y empezó a sonar 537 Cuba de Orishas—. Si sientes frio, los asientos son calefactados.



Avanzamos por los túneles del principado para abandonarlo lo más rápido posible, y a los pocos minutos nos adentramos en la Moyenne Corniche. A Lázaro le había sonado el teléfono, y hablaba con su interlocutor de forma distendida en castellano. Como no lo entendía, me limité a disfrutar del descapotable del tridente. La verdad es que el tacto de su dirección era fenomenal, y para nada se sentía como un Gran Turismo torpe de cuatro plazas. Y el sonido tanto al subir de vueltas como el borboteo de los escapes al reducir, era adictivo. Aquella máquina me había hecho olvidar por unos instantes los malos momentos vividos en los últimos días.

Pasamos de nuevo por Èze, por lo que no pude evitar recordar la estampida del comisario por la mañana. Al dejar atrás el bucólico pueblo amurallado, Lázaro finalizó la llamada y se dirigió a mí.

—Perdona Michel, era una llamada que tenía que atender —le quité importancia moviendo la mano en un vaivén horizontal.

—¿Qué coches necesitas?

—Ninguno. El coche ya lo tengo —La respuesta me dejó intrigado—. Lo que necesito es que lo conduzcas.

—¿Quieres que sea tu chofer? —Le pregunté extrañado.

—Si, pero no tienes que llevarme a mí, serás mi transportista. Verás —Lázaro giró su cuerpo hacia mí, para crear más interés a sus palabras—, tengo cierta mercancía que requiere de un transporte especial, que no se puede hacer en furgoneta, ya me entiendes… Y para ello necesito el mejor conductor.

—Yo no soy el mejor conductor.

—No es lo que mi amigo François me ha dicho, y el señor Besson es muchas cosas, pero no creo que mentiroso sea una de ellas. Además —se llevó su mano izquierda al interior de su chaqueta, y sacó un fajo de billetes —, suelo pagar bien los portes —Y colocó el dinero en el interior de mi chaqueta —. Esto por el paseo de hoy; seguro que te ayuda a tomar la decisión.

No pude ver con claridad la cantidad de billetes, ni el color de estos, pero aquel taco ejercía peso y presión en la chaqueta. A veces se me olvidaba que estábamos en la Costa Azul, pero detalles como estos se encargaban de recordármelo. Lázaro extrajo un cigarro del paquete y un mechero Zippo con una estrella roja, símbolo del máximo exponente de la revolución cubana.

En el preciso instante que propinó la primera calada, unos focos obviaron cualquier distancia de seguridad, y se acercaron peligrosamente a la trasera del Maserati.

—Más vale que aceleres, chico —. El semblante de Lázaro se tornó preocupado mientras observaba por el retrovisor como aquel coche se acercaba de manera fugaz.


Madre mía que sorprenson, voy a tener que retomarlo desde el principio.

felicidades por la vuelta
 

Basse Corniche

Ladyspeed
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Madre mía que sorprenson, voy a tener que retomarlo desde el principio.

felicidades por la vuelta

¡Gracias! Esperaba tu respuesta. Espero que te gusten estos dos últimos capítulos.
 

bigwave

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Bueno me he releído de nuevo todo ahora q he tenido algo de tiempo libre.

Esperemos que en este 2024 los capítulos no sean tan espaciados
 
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