Bimmer
Clan Leader
Comparto con vosotros mi último artículo de opinión, a raiz de una experiencia altamente didáctica en colaboración con Driverpress y sus Cursos de Conducción Preventiva. Y lo destino especialmente a aquellos que consideran necesario realizar un curso de conducción deportiva para mejorar sus habilidades en circuito, porque nunca valoramos el comenzar por lo más básico, y que nos puede salvar la vida. 
NADIE, y repito, NADIE, de los que asistieron al último curso impartido, en Galicia (tierra de aficionados al motor), hizo la maniobra de frenada a fondo bien desde el principio. Y se repite curso tras curso. No digo ya, la de esquiva, o el eslalom para aprender a manejar el volante correctamente...
http://hispaniatecnica.com/opinion/item/96-la-seguridad-que-nos-venden-esa-gran-desconocida
¿En qué consiste exactamente "saber conducir"? Parece fácil responder, pero el término acepta respuestas tan amplias y a la vez tan concretas, que una vez sopesado, y con la experiencia vivida hace unos días, se torna complicado afirmar que "saber conducir" es una actividad que toda persona con licencia para manejar un automóvil hace correctamente. Y lo peor de todo, es que si hace apenas una semana yo siempre hacía distinciones, ahora me atrevo a aseverar que "saber conducir", es algo que muy pocas personas hacen. La experiencia no ha sido otra que la vivida en los cursos de conducción preventiva organizados por Driverpress.
Y la explicación sí es sencilla. Si consideramos que conducir es aprender a manejar el vehículo con sus dos o tres pedales y cambio manual o automático, girar el volante y coordinar todos los movimientos para circular en la vía pública, entonces sí, conducir es una actividad con poca dificultad que todo aquel que aprueba el carnet hace con relativa solvencia. Pero si llevamos un poco más al extremo la definición, deberíamos entonces hablar también de que un conductor es alguien con la capacidad y experiencia suficiente para solventar una situación de peligro, apoyándose en los sistemas de seguridad del vehículo y con conocimiento pleno de su automóvil. Complicado, ¿verdad?
La seguridad vende. Es algo que las marcas saben de sobra y lo explotan desde hace décadas como un valor seguro que da confianza al comprador y que promociona como pocas virtudes la llamada "imagen de marca". Y si esta competitividad existente por alcanzar estrellas EuroNCAP no existiese, los conductores no nos beneficiaríamos de las importantes capacidades y avances en materia de seguridad que día a día se implementan en los automóviles de producción. La obligatoriedad de "democratizar" el Sistema Antibloqueo de Frenos -ABS- y el Control de Estabilidad -ESP- gracias a la legislación vigente, permiten que además tengamos una garantía extra de supervivencia que, aunque repercutida en el precio, al menos no se encuentra en el pliego de opciones de las que podríamos prescindir en favor de una tapicería de cuero o un techo eléctrico, que total, son más llamativos y "se usan más". Se incorporan de serie y listo, para no delegar en el conductor la responsabilidad de equiparlo.
Está bien, a partir de ahora todo vehículo comprado nuevo incorporará un sofisticado ángel de la guarda que permanecerá pendiente a nuestras reacciones al volante y corregirá cualquier incidencia o situación que sin él, se saldaría con una pérdida de control y un más que seguro accidente. Pero he aquí la pregunta que surge inmediatamente: ¿y nosotros, hemos actualizado nuestra mentalidad y nuestra conducción al nuevo estándar de seguridad? La respuesta es contundente: no. Nuestra mentalidad sigue anclada en el pasado, y nuestras costumbres al volante, adquiridas con el paso de los años, se han convertido en manías tan peligrosas como difíciles de corregir.
Escribo pensando en un lector que parte de una cierta afición al automóvil. Doy por sentado por tanto que presta una mayor atención a ciertos aspectos de la conducción que el grueso de conductores de nuestro país: se preocupa del mantenimiento de su vehículo, sabe lo que es conducir por puro placer, analiza y procura mejorar su conducción... Aún con todo esto, soy capaz de apostar a que no realizaría ni una de las maniobras del curso de conducción sin errar en repetidas ocasiones, y la razón sería sencilla: el miedo. Miedo por desconocimiento, ya que no estamos habituados a sentir una frenada a fondo, ni una maniobra de esquiva en la que de no llevar cinturón nos saldríamos del asiento. Y es eso precisamente lo que los vehículos de hoy en día permiten, pero que todos desconocemos: salvar situaciones extremas.
Ahora me pongo en la piel del lector no aficionado: alguien que llegue a este artículo por casualidad, y cuya relación con el automóvil sea la de una pura obligación, para desplazarse lo estrictamente necesario en su rutina diaria. Aquí ya es cuando se une el desconocimiento con el desinterés, para obtener conductores potencialmente inútiles ante imprevistos y situaciones peligrosas. Porque a la falta de pericia comprensible -no vamos poniendo a prueba nuestro vehículo y nuestra capacidad en carretera-, se une la falta de un mantenimiento mínimo al vehículo, que preserve la capacidad de éste a comportarse como es debido cuando sus sistemas de seguridad lo requieran. Aquí la parte teórica de un curso de conducción hace hincapié de manera reiterativa, y las caras de sorpresa de los asistentes demuestran su incredulidad cuando se someten a examen: de nada sirve un vehículo equipado con ESP si sus neumáticos no están a la presión correcta y sus amortiguadores en buen estado.
Como siempre, solo cuando se experimenta una situación, se asimilan conocimientos y se crea confianza en el conductor. Es ver sentado al volante a una persona y saber cuáles son los errores más básicos que comete: una mala posición, no saber agarrar el volante y la mirada fija a un palmo por delante del capó del coche. Se corrigen estas normas básicas a base de insistencia y siempre se escuchan excusas del estilo "pero si yo no corro", "yo para lo que conduzco no...". Después se enfrentan a los conos: ese obstáculo tan benévolo que nos lo permite todo. Nadie, absolutamente nadie, responde correctamente a la sencilla orden de "frene a fondo". A fondo, ¡con lo fácil que parece!.
Tras una jornada de repeticiones, repetición de conceptos y demostraciones en pista, la reacción de incredulidad inicial ante lo que no esperaban fuese un aprendizaje, se convierte en agradecimiento y satisfacción. Muchos incluso se reconcilian con lo más básico que aprendieron, 20 o 30 años antes, en la autoescuela. Y todo para corroborar que la tecnología está de nuestra parte, y que apoyándonos en su funcionamiento, podemos salvar situaciones imprevistas en la carretera sin el menor problema. Los accidentes son inevitables, siempre ocurrirán, pese a las campañas de la DGT. Pero si conocemos nuestra capacidad y la de nuestro automóvil, disminuimos considerablemente las probabilidades de sufrirlo, y en última instancia, sus consecuencias pueden ser mucho menores. ¿Merece entonces la pena la inversión en un curso de conducción? Pues, lamentablemente, hay que vivirlo para saberlo.

NADIE, y repito, NADIE, de los que asistieron al último curso impartido, en Galicia (tierra de aficionados al motor), hizo la maniobra de frenada a fondo bien desde el principio. Y se repite curso tras curso. No digo ya, la de esquiva, o el eslalom para aprender a manejar el volante correctamente...

http://hispaniatecnica.com/opinion/item/96-la-seguridad-que-nos-venden-esa-gran-desconocida
¿En qué consiste exactamente "saber conducir"? Parece fácil responder, pero el término acepta respuestas tan amplias y a la vez tan concretas, que una vez sopesado, y con la experiencia vivida hace unos días, se torna complicado afirmar que "saber conducir" es una actividad que toda persona con licencia para manejar un automóvil hace correctamente. Y lo peor de todo, es que si hace apenas una semana yo siempre hacía distinciones, ahora me atrevo a aseverar que "saber conducir", es algo que muy pocas personas hacen. La experiencia no ha sido otra que la vivida en los cursos de conducción preventiva organizados por Driverpress.

Y la explicación sí es sencilla. Si consideramos que conducir es aprender a manejar el vehículo con sus dos o tres pedales y cambio manual o automático, girar el volante y coordinar todos los movimientos para circular en la vía pública, entonces sí, conducir es una actividad con poca dificultad que todo aquel que aprueba el carnet hace con relativa solvencia. Pero si llevamos un poco más al extremo la definición, deberíamos entonces hablar también de que un conductor es alguien con la capacidad y experiencia suficiente para solventar una situación de peligro, apoyándose en los sistemas de seguridad del vehículo y con conocimiento pleno de su automóvil. Complicado, ¿verdad?
La seguridad vende. Es algo que las marcas saben de sobra y lo explotan desde hace décadas como un valor seguro que da confianza al comprador y que promociona como pocas virtudes la llamada "imagen de marca". Y si esta competitividad existente por alcanzar estrellas EuroNCAP no existiese, los conductores no nos beneficiaríamos de las importantes capacidades y avances en materia de seguridad que día a día se implementan en los automóviles de producción. La obligatoriedad de "democratizar" el Sistema Antibloqueo de Frenos -ABS- y el Control de Estabilidad -ESP- gracias a la legislación vigente, permiten que además tengamos una garantía extra de supervivencia que, aunque repercutida en el precio, al menos no se encuentra en el pliego de opciones de las que podríamos prescindir en favor de una tapicería de cuero o un techo eléctrico, que total, son más llamativos y "se usan más". Se incorporan de serie y listo, para no delegar en el conductor la responsabilidad de equiparlo.
Está bien, a partir de ahora todo vehículo comprado nuevo incorporará un sofisticado ángel de la guarda que permanecerá pendiente a nuestras reacciones al volante y corregirá cualquier incidencia o situación que sin él, se saldaría con una pérdida de control y un más que seguro accidente. Pero he aquí la pregunta que surge inmediatamente: ¿y nosotros, hemos actualizado nuestra mentalidad y nuestra conducción al nuevo estándar de seguridad? La respuesta es contundente: no. Nuestra mentalidad sigue anclada en el pasado, y nuestras costumbres al volante, adquiridas con el paso de los años, se han convertido en manías tan peligrosas como difíciles de corregir.
Escribo pensando en un lector que parte de una cierta afición al automóvil. Doy por sentado por tanto que presta una mayor atención a ciertos aspectos de la conducción que el grueso de conductores de nuestro país: se preocupa del mantenimiento de su vehículo, sabe lo que es conducir por puro placer, analiza y procura mejorar su conducción... Aún con todo esto, soy capaz de apostar a que no realizaría ni una de las maniobras del curso de conducción sin errar en repetidas ocasiones, y la razón sería sencilla: el miedo. Miedo por desconocimiento, ya que no estamos habituados a sentir una frenada a fondo, ni una maniobra de esquiva en la que de no llevar cinturón nos saldríamos del asiento. Y es eso precisamente lo que los vehículos de hoy en día permiten, pero que todos desconocemos: salvar situaciones extremas.
Ahora me pongo en la piel del lector no aficionado: alguien que llegue a este artículo por casualidad, y cuya relación con el automóvil sea la de una pura obligación, para desplazarse lo estrictamente necesario en su rutina diaria. Aquí ya es cuando se une el desconocimiento con el desinterés, para obtener conductores potencialmente inútiles ante imprevistos y situaciones peligrosas. Porque a la falta de pericia comprensible -no vamos poniendo a prueba nuestro vehículo y nuestra capacidad en carretera-, se une la falta de un mantenimiento mínimo al vehículo, que preserve la capacidad de éste a comportarse como es debido cuando sus sistemas de seguridad lo requieran. Aquí la parte teórica de un curso de conducción hace hincapié de manera reiterativa, y las caras de sorpresa de los asistentes demuestran su incredulidad cuando se someten a examen: de nada sirve un vehículo equipado con ESP si sus neumáticos no están a la presión correcta y sus amortiguadores en buen estado.
Como siempre, solo cuando se experimenta una situación, se asimilan conocimientos y se crea confianza en el conductor. Es ver sentado al volante a una persona y saber cuáles son los errores más básicos que comete: una mala posición, no saber agarrar el volante y la mirada fija a un palmo por delante del capó del coche. Se corrigen estas normas básicas a base de insistencia y siempre se escuchan excusas del estilo "pero si yo no corro", "yo para lo que conduzco no...". Después se enfrentan a los conos: ese obstáculo tan benévolo que nos lo permite todo. Nadie, absolutamente nadie, responde correctamente a la sencilla orden de "frene a fondo". A fondo, ¡con lo fácil que parece!.
Tras una jornada de repeticiones, repetición de conceptos y demostraciones en pista, la reacción de incredulidad inicial ante lo que no esperaban fuese un aprendizaje, se convierte en agradecimiento y satisfacción. Muchos incluso se reconcilian con lo más básico que aprendieron, 20 o 30 años antes, en la autoescuela. Y todo para corroborar que la tecnología está de nuestra parte, y que apoyándonos en su funcionamiento, podemos salvar situaciones imprevistas en la carretera sin el menor problema. Los accidentes son inevitables, siempre ocurrirán, pese a las campañas de la DGT. Pero si conocemos nuestra capacidad y la de nuestro automóvil, disminuimos considerablemente las probabilidades de sufrirlo, y en última instancia, sus consecuencias pueden ser mucho menores. ¿Merece entonces la pena la inversión en un curso de conducción? Pues, lamentablemente, hay que vivirlo para saberlo.