“No vayáis con malas intenciones, porque os arriesgáis a que os disparen”: unos YouTubers se han colado en un museo de coches fantasma que esconde más que secretos
El museo perteneció a Tom Mitchell, histórico dueño del equipo 'Circle Bar Racing'
Dentro hay decenas de joyas: desde dragsters hasta réplicas de GT40 y Cobra con motores Ford
19 agosto 2025
En Ozona, una pequeña ciudad perdida de Texas (EEUU), hay un edificio con las letras ‘Auto Museum’ aún visibles en su fachada. Pero
por dentro, más que un museo parece un escenario posapocalíptico: coches de carreras cubiertos de polvo, paredes agrietadas, goteras y hasta un bar desierto donde los vasos siguen esperando a clientes que nunca volverán.
El lugar perteneció a Tom Mitchell, un ranchero texano amante de los coches (entusiasta de Ford, especialmente) convertido en propietario de equipo de competición. Durante décadas atesoró una colección única ligada a su escudería, que compitió en la NASCAR Craftsman Truck Series, en IndyCar y en las tres grandes divisiones nacionales de la NASCAR.
Pero Mitchell falleció en 2014 y, desde entonces, lo que para cualquier
petrolhead sería un santuario sagrado se ha ido apagando poco a poco. Ahora,
gracias al canal de YouTube Stringer Media podemos colarnos y ver las joyas que quedan dentro.
La huella de ‘Circle Bar Racing’: una pasión sin media
La historia de Mitchell es también la de un equipo que dejó su marca en la competición americana a base de talento y trabajo duro. Bajo el nombre ‘Circle Bar Auto Racing’, inspirado en uno de sus ranchos ganaderos,
disputó 336 carreras oficiales. Logró 5 victorias en circuitos icónicos como Daytona, Homestead-Miami o Martinsville, además de 75 podios, 160 top 10, seis poles y más de 93.000 kilómetros en carrera.
Entre sus pilotos destacó Rick Crawford, que en 1998 le dio al equipo su primera victoria en la NASCAR Craftsman Truck Series, una categoría creada en 1995 para pick-ups modificadas y que se convirtió en todo un fenómeno en EEUU.
Joyas únicas cubiertas de polvo de valor incalculable
El museo conserva piezas de lo más variado, como por ejemplo:
dos monoplazas del Indy 500 pilotados por Chet Fillip en los 80, un Ford Thunderbird nº81 de NASCAR (1986) que rodó a 328 km/h en Talladega, y un Ford Bronco de 1986 en sorprendente buen estado.
También hay réplicas construidas por el propio Mitchell, como un GT40 kit car con solo dos millas en el cuentakilómetros o un Shelby Cobra réplica con motor V8 de 500 CV, elaborado a partir de un bloque Ford 460 ci con pistones TRW, bielas Carrillo y un carburador Holley de doble entrada.
En conjunto, el valor de esta colección es casi incalculable: sólo un GT40 original puede superar hoy los 5 millones de dólares en subastas como RM Sotheby’s, y un Cobra auténtico fácilmente alcanza los 2 millones. Aunque aquí se trate de réplicas, incluso estas podrían alcanzar cifras de seis dígitos muy fácilmente.
Y la colección no se limita a coches: también hay una lancha motora equipada con un V8 Ford Hemi de 640 ci, que en los 80 llegó a impulsar un coche de dirt track con el dorsal 38, y un pick-up Ford de 1947 reconstruido en 1977 con un enorme motor sobrealimentado. Mitchell lo usó en carretera durante más de 37.000 km, y aún hoy se conserva tal cual, con sus neumáticos cubiertos de polvo texano.
El museo incluso guarda el
motorhome personal de Mitchell y varios dragsters de exhibición. Todo ello en un estado de abandono que contrasta con su valor histórico y económico.
“No vayáis con malas intenciones, porque os arriesgáis a que os disparen”
Como se ve en el vídeo del canal de YouTube Stringer Media (que ya supera las 120.000 visualizaciones), el contraste es brutal: techos en mal estado, goteras, chasis oxidados y, en paralelo, coches que cualquier coleccionista mataría por tener en su garaje... o devolver a la carretera.
Pero que nadie se confunda: aunque se hable de “museo abandonado”, no significa que esté desprotegido. Varios usuarios aseguran que la familia de Mitchell lo mantiene custodiado las 24 horas, y alguno lo resume con ironía:
“No vayáis con malas intenciones, porque os arriesgáis a que os disparen”.
Pese a la vigilancia, el legado de Tom Mitchell sigue atrapado en este museo fantasma de cristal y acero, cubierto de polvo y silencio. Un lugar que guarda demasiadas historias… pero que, por ahora, no tiene a nadie para contarlas.
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